martes, 6 de diciembre de 2022

Grecia desde el aula

 

GRECIA DESDE EL AULA


Colabora Asociación Cultural SVCRO

 


ÍNDICE

 

PRÓLOGO

 

 

ÉPOCA MINOICA

La catástrofe de mi vida, Paula Caballero Capilla

Esperando lo imposible, Alfredo Alcahut Utiel

 

 

ÉPOCA MICÉNICA

Heracles y el ganado de Gerión. Sergio Cutanda Montero.

 

Carta desde Micenas, Natalia Jiménez Navarro

 

La leyenda de Atreo y Tiestes, Irene Cutanda Pérez

 

El final de Troya, Lucía Pardo Utiel

 

 

 

SIGLOS OSCUROS

La última carta, Alfredo Alcahut Utiel

Carta hacia ninguna parte, Natalia Jiménez Navarro

 

 

ÉPOCA ARCAICA

Una historia ateniense, Sergio Martínez Tendero Carta desesperada, José María Valera Jiménez Diario de una mujer, Alicia Escribano Castillo Un soldado espartano, José Miguel Garrido Leal

 

COLONIZACIONES

La colonización, Nerea Peñaranda Mora

El viaje de Efión, Cristina García Jiménez

Carta de Andrónico, Juan Francisco Valera Jiménez Carta de Georgos, Jorge E. Peñarreta Sotambo Carta de Isea, Isabel Lázaro Picazo


Me presento, soy Anthea, Rocío Navarro García

 

 

JUEGOS OLÍMPICOS

La historia de Olimpia, Carmen García Villanueva

Stelios, Adrián Cebrián Acosta

En los Juegos Olímpicos, Irene Cutanda Pérez

 

 

ÉPOCA CLÁSICA

El sendero hacia la muerte, Borja García Landete

La historia de Nikolaos de Esparta, Sergio Cutanda Montero

La vida de Theola, Lucía Pardo Utiel

Final feliz, Ángela García Luján

Soy Dafne, Nuria Cutanda Pérez

Mi vida en Atenas, Paula Caballero Capilla

Reflexiones desde Antígona de Sófocles, Alfredo Alcahut Utiel

Las manzanas de Aretha, Sara Isabel Bautista Fuentes

Yendo al teatro, Rocío Navarro García

Cuatro miradas desde la Antígona de Sófocles, Alfredo Alcahut Utiel

Carta de amor, Enrique Fuentes Ballesteros

Mala memoria, Alfredo Alcahut Utiel

 

 

ÉPOCA HELENÍSTICA

Vendrá la muerte, Pedro Gómez Sánchez

Conquistas de Alejandro Magno, Nerea Peñaranda Mora

Carta desde Atenas, Ramón Sáez García


AUTORES

1.      Adrián Cebrián Acosta

 

2.      Alfredo Alcahut Utiel

 

3.      Alicia Escribano Castillo

 

4.      Ángela García Luján

 

5.      Borja García Landete

 

6.      Carmen García Villanueva

 

7.      Cristina García Jiménez

 

8.      Enrique Fuentes Ballesteros

 

9.      Irene Cutanda Pérez

 

10.  Isabel Lázaro Picazo

 

11.  Jorge Efraín Peñarreta Sotambo

 

12.  José María Valera Jiménez

 

13.  José Miguel Garrido Leal

 

14.  Juan Francisco Valera Jiménez

 

15.   Lucía Pardo Utiel

16.   Natalia Jiménez Navarro

 

17.   Nerea Peñaranda Mora

18.  Nuria Cutanda Pérez

 

19.   Paula Caballero Capilla

20.  Pedro Gómez Sánchez

 

21.  Ramón Sáez García

 

22.   Rocío Navarro García

23.  Sara Isabel Bautista Fuentes

 

24.   Sergio Cutanda Montero

25.  Sergio Martínez Tendero


PRÓLOGO

 

Meterse en la piel del otro.

 

Esta escueta frase resumiría todo lo que hemos intentado aquí en estas páginas, en un proyecto que lleva gestándose desde hace años. Muchos años.

Desde la materia de Griego en de bachillerato del IES Río Júcar de Madrigueras (en Albacete, en Castilla-La Mancha, en España y en el mundo), llevamos tiempo pidiendo a nuestro alumnado que se imaginen cómo se sentirían las mujeres y hombres de Grecia en sus distintas épocas, y que, a partir de esa experiencia, nos contasen, con un relato, carta o memorias, cómo se hubieran sentido si hubieran vivido en el momento en que explotó el volcán de Thera, o cuando Micenas cayó, o cuando hubo que emigrar por diversas causas, o en un día en las olimpiadas, o luchando contra los persas, o viendo los últimos días de un joven rey heleno en Babilonia.

Cada curso seleccionábamos algunas redacciones que, bien por su interés, bien por su calidad, nos parecían más interesantes. Este conjunto, con algunas incorporaciones de profesores, es lo que presentamos en estas páginas.

Sin duda muchos trabajos se han quedado en el camino, por diversos motivos, pero las que mostramos aquí permiten hacerse una idea de cómo fue la vida en los tiempos de quienes forjaron la base de la cultura de occidente.


ÉPOCA MINOICA

 

 

 

 

 

 

 

 

 


LA CATÁSTROFE DE MI VIDA

Paula Caballero Capilla

 

 

 

Thera, mi querido hogar, una pequeña isla, pero de gran importancia para y sus habitantes, ya que la isla es conocida por nuestro maravilloso y gran palacio. Y tenemos a los mejores arquitectos, pintores y escultores de todo el mundo, pues sus obras son dignas de admirar.

La vida de allí era estupenda, no había problemas y todos vivíamos pacíficamente. Parecía que todo iba de maravilla.

Pero siempre hay un momento en el que la vida se para, que parece que los días no avanzan y solo quieres borrar aquello que te causó dolor. Aún recuerdo aquel día como si fuera ayer, la tierra temblaba como si el mundo se fuera a acabar. Las olas del mar llegaban a una altura descomunal, la gente tenía mucho miedo y gritaba por todos los lados rezando a Poseidón para ver si las aguas se calmaban.

Al principio parecía un día normal como otro, yo ayudaba a mi madre con las tareas domésticas hasta que la tierra empezó a temblar, la casa se sacudía fuertemente, así que no lo dudé, saqué a mi madre de ahí y la puse a salvo.

Entonces pensé en mi hermana, ella se había ido a la plaza, fui corriendo hasta allí sin importarme lo que estaba pasando en ese momento. La mano de alguna diosa hizo que no tuviera miedo.

Pero al llegar, había escombros por todos los lados, no la encontraba y el miedo se apoderó de mí. Hasta que me cogieron del brazo. Me giré bruscamente y vi a mi prometido, él me insistía de que me fuera con él al barco y escapara de allí. Como no decía nada, casi a empujones me metió en la nave.

Y acordándome de mi madre y mi hermana abandoné la isla con todo el dolor de mi corazón.

Desde el barco veía todo el terror de aquella situación. Aunque este se movía mucho y estuvimos casi a punto de volcar, creo que gracias a Poseidón no ocurrió eso, y las olas nos llevaron a una tierra desconocida, Naxos se llamaba aquella isla.


Allí en Naxos me casé con mi prometido y formamos una familia.

 

Siempre me acuerdo de mi familia y de mi vida allí, en Thera, y más cuando les cuento a mis nietos la historia.

DAPHNE


ESPERANDO LO IMPOSIBLE

Alfredo Alcahut Utiel

 

 

 

Es hoy. Hoy es el día en que ha de cumplirse el rito. Es una mezcla de miedo y fiesta lo que hay en el ambiente. Miedo, pues todos sabemos desde que nacemos los efectos de la cólera funesta del dios Poseidón: olas inmensas y terribles que surgen del mar como toros embravecidos, que arrollan todo a su paso y siembran muerte y destrucción, movimientos de tierra que hunden edificios y arruinan templos. Por ello vivimos, aparentemente alegres, en nuestros hermosos palacios, con nuestras coloridas salas, nuestras bellas pinturas, músicas alegres y ágiles cantos, nuestras fiestas del toro y danzas en corro.

Yo, Ariadna, hija del gran rey Minos, espero aquí, en Cnosos, mi patria, a la puerta del laberinto, a que venga él. Mejor haría en decir que vengan ellos, los siete muchachos y siete muchachas que, año tras año, son entregados por Atenas a mi padre para que este los ofrezca en sacrificio a su horrendo hijo, el monstruoso Asterión, conocido como el Minotauro, para que los devore, pero mi pensamiento quedó varado en él. Dicen que este sacrificio es necesario para calmar la cólera del dios del mar, pues sin esta expiación no podríamos vivir tranquilos. Pero… ¡Es tan hermoso! ¡Son tan gráciles sus pasos! ¡Es tan intensa su mirada! ¡Es tan apuesto, con sus rubios cabellos, tan alto, tan esbelto!

Llegaron ayer. Bajaron asustados. Paseaban admirados de la amplitud de las calles, de la altura de los pórticos y del esplendor de nuestras construcciones. Entraron en el salón del palacio como cabritillos alejados prematuramente de su madre. La recepción fue como siempre, seria, sobria y brillante: mi padre, majestuoso en su trono, los nobles con sus mejores trajes, las damas y sacerdotisas con sus espléndidas faldas de volantes. Las pinturas de las paredes, delfines y grifos, panteras y peces, parecían cobrar vida. Todos sabían que era una despedida de esta existencia, que tanta juventud iba a ser entregada a un monstruo para morir despedazados, pero ese instante tenía algo de poético y emotivo. Entonces él se fijó en mí, y yo en él. Supuse quién era, pero lo pregunté y me cercioré. Era Teseo, hijo del rey de Atenas, que había venido, como otro cualquiera, para enfrentarse con una muerte segura, con la vana esperanza de salir con vida, según habían dicho.


Me enamoré de él, lo confieso, y él de mí, estoy segura. Por eso estoy aquí, medio escondida, para verlo por última vez, antes de que entre en el laberinto. Para verlo, y para entregarle, en el mayor de los secretos, un hilo, el hilo de Ariadna, que le permitirá no perderse en el laberinto y, si los dioses así lo quieren, regresar con vida. Y aquí permaneceré, cerca de la puerta, aguardando a que regrese, soñando con él, esperando a que me lleve a su patria, que me presente como su esposa a su padre el rey Egeo, aunque que con eso estoy traicionando a los dioses, a mi padre y a mi patria.


ÉPOCA MICÉNICA

 

 

 

 

 


HERACLES Y EL GANADO DE GERIÓN

Sergio Cutanda Montero

 

 

 

Hola, me llamo Alexios; hace unos pocos días ocurrió una catástrofe: la maravillosa Biblioteca de Alejandría ardió en llamas como si la mismísima Hestia se hubiera enfadado con el mundo. Entre todo el pánico y desorden conseguí rescatar un fragmento de un papiro dañado por el fuego, que decía lo siguiente:

 

 

...tras terminar su noveno trabajo y conseguir el cinturón de Hipólita, nuestro valiente héroe se dispuso a cumplir su décimo trabajo encomendado por el rey Euristeo. En esta ocasión debía robar el ganado de Gerión, catalogado por muchos como un gigante temible, que residía en la región de Hesperia.

Heracles, fornido y con la piel del salvaje león de Nemea a sus hombros, embarcó hacia el reino de Tartessos. El viaje fue muy largo, pero nuestro héroe llegó sin problemas. Una vez allí se enfrentó con Ortro, un feroz y enorme perro que era hermano del mismo Cerbero, y protegía la guarida de los intrusos. El combate fue raudo y veloz, pues pocos son capaces de hacer frente al valeroso Heracles, pero no fácil, el animal se movía tan rápido que pareciera tener dos cabezas. Finalmente, Heracles mató a la criatura con su poderoso garrote.

Furtivamente Heracles comenzó a conducir al ganado de Gerión lejos del lugar, pero este último no tardó en notar la presencia del héroe. De repente apareció ante Heracles un individuo de proporciones anormalmente grandes, lo que las lenguas decían sobre ese monstruo se quedaba corto con la realidad; ese era Gerión, una bestia cruel y despiadada a la que más de uno no llamaría humano. El combate empezó, Gerión era tan habilidoso o más que tres hombres juntos; la cosa estaba muy igualada, pareciera que la diosa Hera estuviera ayudando a Gerión, por ser enemiga de Heracles al ser espejo de sus disputas con su marido Zeus. La épica batalla se estaba alargando mucho, Gerión no cedía y a Heracles se le ocurrió lanzarle una flecha untada con el veneno de la Hidra de Lerna, lo que terminó por matar al incansable gigante.


Al fin con el camino despejado, Heracles pudo dirigir al ganado hasta su barco y partir de nuevo a Grecia, había completado su décimo trabajo. Una vez allí...

 

 

Y esto es lo que recogía el papiro en cuestión, que como es perceptible, narra uno de los doce trabajos de Heracles que el rey Euristeo de Micenas le encomendó hacer cuando el héroe, en un arrebato de locura, mató a sus hijos y arrepentido visitó al Oráculo de Delfos que le sugirió trabajar para Euristeo. Aquí os dejo con esta fascinante historia.


CARTA DESDE MICENAS

Natalia Jiménez Navarro

 

 

 

Micenas, en el mes de Poseidón, en el reinado de Agamenón Atrida.

 

Querida amiga:

 

Te escribo para contarte los sucesos acaecidos durante este largo tiempo en el que no has estado en Micenas. El rey Agamenón se ha casado con la hermana de la hermosa Helena, Clitemnestra y Menelao sigue casado con Helena.

Un día Menelao tuvo que viajar a Creta para rendir honores fúnebres a su abuelo y cuando menos lo esperábamos, Paris raptó a Helena. Nadie se lo podía creer Helena, la mujer más bella que he visto jamás, raptada por un troyano. Todos los príncipes y reyes de Grecia fueron llamados a ir a Troya a recuperar a Helena.

Agamenón, nuestro rey se convirtió en jefe del ejército griego.

 

Yo solo pido a los dioses que esta guerra acabe, la guerra solo nos trae problemas, pues Agamenón ha sacrificado a su hija para apaciguar a la diosa Artemisa ¿Qué padre sería capaz de hacer semejante cosa? Mires donde mires solo hay horror ¿Cuándo acabará esta dichosa guerra?

Me preocupo por Helena como cualquier otro aqueo, pero no veo coherente esta guerra por recuperar a una mujer que ya está perdida, no sabemos, quizás Helena está enamorada de Paris y nosotros luchamos por algo que ya está perdido, pues no podemos hacer nada contra el amor. Menelao debería reconocer que su esposa no le quiere, al fin y al cabo, nosotras también tenemos sentimientos, deberíamos ser libres de casarnos con quien queramos, no estar ancladas a un hombre al que no amamos, pero ya sabes cómo es la vida, tan solo valemos para coser y reproducirnos. Como desearía ser un hombre...

Lejos quedan ya los buenos tiempos cuando nos paseábamos por la ciudad y observamos el hermoso paisaje. Ahora tan solo miro al cielo desesperada, buscando un milagro que puede que nunca ocurra, hasta los pájaros huyen despavoridos.


Recuerdo como un día me encontré con un chico que hacía unas estatuas impresionantes, una de esas estatuas era una mujer con dos serpientes, una en cada mano, era de cerámica y la llamaba Sacerdotisa.

En esta ciudad siempre se ha respirado arte, ya bien sabes lo que me gustaba visitar las tumbas no solo por el sentimiento y el respeto hacia la persona enterrada, sino también por las hermosas pinturas que la decoran. Desgraciadamente este chico, el de la estatua de la Sacerdotisa, tuvo que ir a la guerra y no supe nada más de él, hasta ayer que me contó una señora que murió en la guerra luchando por la patria. Pobre joven, Micenas ha perdido un gran artista y me imagino la de chicos que han muerto como él y se me rompe el corazón.

Lloro día y noche, no hay nada que me haga sonreír, lo único que me hace levantarme todos los días es la esperanza de que algún día acabe la guerra, pues si no la guerra acabará con cada uno de nosotros.

Tan sólo te deseo lo mejor, espero que podamos volver a vernos pronto cuando esta dichosa guerra acabe. Pero si no salgo viva, tan solo decirte que siempre te querré y te llevaré en mi memoria.

Querida amiga, que los dioses te sean propicios.

 

 

 

Leda.


LA LEYENDA DE ATREO Y TIESTES

Irene Cutanda Pérez

 

 

 

Bueno, queridos nietos, ya que hoy es un día lluvioso, vamos a pasar la tarde en casa. Voy a aprovechar y os voy a contar la historia sobre los soberanos de Micenas, para que así sepáis un poquito más sobre nuestra ciudad. Eso sí, estad muy atentos porque es muy interesante.

Atreo, Tiestes y Crisipo eran tres hermanos, hijos de Pélope e Hipodamía. Crisipo iba a heredar todo el reino, entonces sus dos hermanos, debido a los celos, acabaron con su vida. Su madre habló con ellos y les consintió el crimen, pero Pélope, furioso por lo ocurrido, desterró a sus dos hijos y a su mujer.

Pasó el tiempo y los dos hermanos decidieron abandonar a su madre y refugiarse en Micenas, donde reinaba Euristeo. Atreo y Tiestes tenían ya su vida hecha allí, hasta que un día, el rey murió, y este no tenía ninguna descendencia.

Un oráculo aconsejó a los ciudadanos de Micenas, nuestra ciudad, que eligieran por rey a un hijo de Pélope. Todos se pusieron de acuerdo y nombraron a Atreo como rey de Micenas. Su hermano, enfurecido por lo ocurrido, sedujo a la mujer de Tiestes, Aérope, y a raíz de ella obtuvo un maravilloso vellón de un carnero de oro que los dioses le habían dado a Atreo. Tiestes propuso que fuera elegido rey aquel que pudiera mostrar el vellón de oro, sabiendo que su hermano aceptaría. Como el vellón estaba en poder de Tiestes, el pueblo iba a nombrarlo como nuevo rey, pero de pronto, Zeus intervino a favor de Atreo, y consiguió la abdicación de Tiestes.

Este prodigio fue exaltado por los notables de Micenas y todos acordaron que Atreo volviese a ocupar su posición. Erigido en el trono, Atreo desterró a su hermano, pero luego, al descubrir la infidelidad de su mujer, para vengarse, fingió haberse reconciliado con él y le volvió a llamar.

Queridos nietos, esto es lo que os he relatado hoy. De momento esto es lo que os puedo contar hasta ahora, ya que la historia es muy larga, pero cuando seáis un poco más mayores la continuaremos. Tened paciencia que todo llega…


Ahora los descendientes de estos son los que están intentando tomar Troya, por eso, vuestro padre, como es guerrero, ha tenido que partir para recuperar a Helena de Esparta. Pero no os preocupéis, entre todos la van a salvar y cuando menos os lo esperéis, tenéis aquí a vuestro padre.


EL FINAL DE TROYA

Lucía Pardo Utiel

 

 

 

Me llamo Aretina, y me gustaría relatar lo que le ocurrió a la ciudad de Troya.

 

Os estaréis preguntando el porqué, por qué narrar la caída de la hermosa ciudad de Troya, fue trágica y la gente lo que más quiere es poder borrar de sus mentes esas terribles imágenes. Bien, tal vez estas hojas sirvan en un futuro para poder comprender y entender lo que ocurrió en el pasado.

Tal vez nadie llegue a leerlas; pero, de todos modos, mis palabras quedarán escritas en estas hojas y siempre las recordaré. Empezaré desde el principio de todo.

En la boda de Tetis y Peleo, fueron invitados todos los dioses menos la diosa Eris. Ésta se presentó de repente en la boda, y dejó una manzana de oro en la mesa en la cual ponía “para la más bella”. A esto, la manzana fue reclamada por Hera, Atenea y Afrodita. Zeus resolvió el asunto nombrando árbitro a Paris. Cada una de las diosas le ofrecieron diferentes cosas: Atenea le ofreció la victoria en la batalla; Hera le prometió poder político y Afrodita le ofreció el amor de Helena de Esparta. Paris, finalmente, concedió la manzana a Afrodita.

Tras todo esto, Paris con la ayuda de Afrodita raptó a Helena en Esparta y se la llevaron a Troya. Todos los reyes y príncipes de Grecia fueron llamados a cumplir su juramento y recuperarla. Este fue el desencadenante de la guerra de Troya.

Según cuentan, se les dificultó a los aqueos mucho el viaje hacia Troya, ya que Télefo les dirigió mal y Aquiles, enfadado, le hirió. Más tarde, la herida no cicatrizaba y Aquiles no quería sanarla. Odiseo dijo que la lanza había causado la herida y la lanza podría cicatrizarla. Se pusieron pequeños trozos de la lanza sobre la herida y esta cicatrizó. Después, Télefo les indicó el camino a Troya, agradecido por su curación.

Primero, antes de que se derramara tanta sangre, enviaron a una embajada en la que Odiseo y Menelao solicitaron a la asamblea de los troyanos la devolución de Helena junto a todas sus pertenencias. Pero los troyanos se negaron. Aquí, comenzó la guerra.


Los aqueos saquearon Troya durante nueve años. Durante ese tiempo, destruyeron muchas ciudades de la zona. Aquiles dio muerte en el templo de Apolo Timbreo a Troilo y, en otra ocasión en la que Aquiles pudo entrar de noche en la ciudad, tomó a Licaón como prisionero.

Los aqueos, para poder entrar a la ciudad sin que sospecharan los troyanos, idearon una nueva treta, un gran caballo de madera hueco para después decirles que era una ofrenda para Atenea. Los ciudadanos, al verlo, celebraron una gran fiesta, de la cual luego acabaron agotados y entorpecidos bajo el efecto de la bebida. Realmente, los aqueos se escondieron dentro del caballo, y por la noche, cuando todos estaban durmiendo, cansados y con la guardia baja, salieron del caballo para así atacar a la ciudad sin piedad alguna.

Durante el saqueo, los aqueos sacrificaron a la mayoría de los troyanos a la vez que prendieron fuego a la ciudad. Áyax ultrajó a Casandra mientras ella se encontraba en la estatua de Atenea agarrada. Deífobo fue asesinado por Menelao y así, recuperó a Helena El rey Príamo fue muerto por Neoptólemo en el altar de Zeus Herceo. Astianacte, hijo de Héctor, también fue asesinado por los aqueos, ya que fue arrojado desde lo alto de una torre.

Después del saqueo, los griegos celebraron sacrificios a los dioses. Algunas de las mujeres troyanas que quedaron con vida fueron esclavizadas: Neoptólemo obtuvo a la esposa de Héctor, Andrómaca; Agamenón obtuvo a Casandra; la reina Hécuba fue parte del botín otorgado a Odiseo. Sin embargo, a Laódice se la tragó la tierra. Por otra parte, Políxena fue sacrificada sobre la tumba de Aquiles.

Éstas son habladurías que corren de boca en boca por los pueblos, no serán totalmente ciertas, pero toda historia tiene algo de verdad y de fantasía en ella, y yo anhelaba dejarla por escrito.


SIGLOS OSCUROS

 

 

 

 

 

 


LA ÚLTIMA CARTA

Alfredo Alcahut Utiel

 

 

 

El supervisor de palacio caminaba nerviosamente por la sala, mientras dictaba una carta al escriba. La mano de este movía hábilmente el punzón que se clavaba en la arcilla. Signos semejantes a huellas de pájaros se enlazaban. El mensaje era tan extremadamente importante como para solicitar la presencia del escriba a media noche.

“De Amurapi, amado por El, Asharat, Baal y todos los dioses, rey de Ugarit, a mi señor el rey de Alasiya, bienamado de los inmortales, a quien Hadad, el dios del cielo y Yaw, dios del mar, colmen de bienes, salud. Padre, he aquí que los barcos del enemigo llegaron hasta aquí; hace ya semanas nos llegó la noticia de que habían sido avistados muchos barcos.”

Oscuros como la noche bajaron de los barcos. A toda prisa caminaron desde las playas solitarias en dirección a la ciudad, tomando como referencia la silueta de las murallas. La débil luna iluminaba los suficiente para guiarlos en su ruta oscura rumbo a la destrucción de toda una milenaria cultura.

“Mis ciudades fueron quemadas, y los invasores cometieron infamias en mi país.

¿No sabe acaso mi padre que todas mis tropas y carros se encuentran en la Tierra de Hatti, y todos mis barcos están en la Tierra de Lukka?”

Amparados en la oscuridad se apostaron a los pies de antiguos muros. Ganchos y cuerdas hábilmente trenzados y lanzados; flechas y dagas arrojadas con precisión sobre los pocos y descuidados vigías; los invasores trepando sobre las almenas; la muralla ya estaba tomada.

“No tenemos tropas para defendernos ni menos aún para rechazar a estos misteriosos pueblos salvajes que salen del mar. De esta manera, el país ha quedado abandonado a su suerte. Que mi padre lo sepa: los siete barcos del enemigo que vinieron aquí nos han causado enormes daños.”

Bajaron a las calles con furia enfurecida, la furia engendrada por el deseo de saqueo y espoleada por la necesidad del desposeído y baqueteado por la vida, sin nada que perder y todo por conquistar.


“¡Los buques del enemigo han sido vistos en el mar! Hace poco nos llegó una carta del rey de Carquemish: Nos aconsejaba que debíamos permanecer firmes. Nos sugería rodear nuestras ciudades con murallas. ¡Haz que tus tropas y carros entren allí, y espera al enemigo con gran resolución!”

Bajaron por las escaleras en dirección a las puertas. Tras doblegar una escasa resistencia, algunos charcos de sangre jalonaron sus pasos. En un breve lapso de tiempo los goznes de las grandes puertas gruñían quejumbrosos al ser abiertos con brusquedad y a hora desusada.

“Mi Padre amado, el rey de Alasiya, debe compadecerse de su hijo abandonado, y no debe dejarlo perecer. Necesitamos guerreros, arqueros, que vengan rápidamente en barcos y nos salven de la destrucción.”

Un torrente de soldados entró en la ciudad entre alaridos, sin guardarse de nada.

La población de Ugarit despertó de un sueño para sumirse en una pesadilla.

 

“Eso nos aconsejaba. Pero, ¿qué hacer, sin tropas, sin carros, sin recursos? Por cierto, por tu parte, ¿dónde están tus tropas, tus carros posicionados?”

En lo alto de la ciudad, en palacio, aún no se oía nada. Hasta allí no habían llegado los gritos. El supervisor seguía dictando la despedida con los usuales títulos protocolarios. Respiró hondamente y dijo:

-Eso es todo.

 

El escriba tomó la tabilla y la presentó al supervisor real, quien la firmó con su sello con gran determinación.

-Mañana al amanecer me encargaré de mandar esta carta. Nuestra suerte depende

de ella.

 

Por la mañana el humo de los incendios de la ciudadela de Ugarit se veía desde muy lejos. Los fugitivos supervivientes, que osaban volver la vista por última vez, veían en esa ominosa humareda la señal de la oscuridad que se cernía sobre sus vidas.

Irónicamente el incendio endureció la arcilla de la tabilla, preservándola para siempre. La carta nunca llegó a su destino.

La última carta de Ugarit.


CARTA HACIA NINGUNA PARTE

Natalia Jiménez Navarro

 

 

 

Hola, me llamo Althea y voy a escribir sobre mi historia, lo que he vivido este largo tiempo, lo que llevo reteniendo en mucho tiempo. Esta carta no tiene destinatario, es una carta hacia ninguna parte.

No puedo evitar mirar hacia atrás cuando la tierra de los aqueos vivía su esplendor, palacios, bronce… todo eso se ha desvanecido ante mis ojos, como una estrella fugaz. Miro a mi alrededor y tan solo veo pobreza y miseria. Hemos dejado de utilizar bronce, no tenemos nada, tan solo hierro, gris, fuerte y pesado. Malditos dorios, destruidores de nuestra cultura, ¿por qué nos hacen esto?

No tenemos ningún tipo de gobierno, nadie manda sobre nadie, no hay normas, ni reglas. Podrás pensar que esta libertad es lo mejor, libre sin normas ni reglas que seguir, tan solo tú eres libre de hacer cualquier cosa que quieras. Pero no es así yo también caí en esa trampa, pensé que la libertad era como esos pájaros que vuelan de aquí para allá, cantando bajo el cielo azul su dulce cantar. Me he dado cuenta que en esta sociedad necesitamos normas, reglas, es decir alguien que mande y nos dirija, pues sin normas la gente mala hace males, pues como no los pueden castigar por ello… la gente se mata entre sí, todo es un descontrol.

A mi amiga, el otro día, le robaron unas uvas. Puede que ese pobre hombre no tuviera para comer, pero es que mi amiga también anda igual. Cuando puedo cojo a escondidas unos cuantos racimos de uva para ella, sin que mi marido me vea, pues él me mataría si me viera hacer tal cosa. Mi amiga, por culpa de ese muchacho, se quedó sin comida y yo no conseguí coger ninguna uva sin que mi marido me viera, una catástrofe. La pobre se moría de hombre, todavía recuerdo cómo rugían sus tripas como si de grandes fieras se tratase. Pero ¿qué más podía hacer yo? Me encantaría ayudar a los demás, pues si yo fuera ellos también me gustaría que me ayudaran, pero ¿qué puedo hacer yo si tan solo soy una pobre señora? La vida es así de injusta. Mi marido dice que si queremos sobrevivir debemos ser duros y resistir, no debemos dar nada a nadie, pues nosotros también nos podemos quedar sin comida, por ello es necesario guardar provisiones y no darle nada a nadie, tenemos que poner nuestra vida por delante de los demás, sin importar


que sea un familiar nuestro o un amigo. Cada vez lo entiendo menos, pero no puedo hacer nada para cambiar sus pensamientos.

A nuestras tierras han llegado diferentes tribus, con diferentes lenguas, algo maravilloso, pero a la vez aterrador, pues los dorios me aterran, no solo han acabado con nuestra cultura, sino que también son violentos.

Me maravillan las nuevas lenguas, nunca había escuchado lenguas así, las de los dorios, los ilirios y esas gentes del norte… cuántas palabras y cuántas formas de hablar. Quizás aprenda a hablar alguna de estas lenguas, pero con paciencia, pues no es fácil aprender una lengua distinta a la nuestra.

Tan solo escribo para expresar lo que llevo dentro de mí, pues es algo que no consigo retener en mi interior, escribo para desahogarme, pues no sería capaz de hablar con nadie de esto, nadie me entendería y menos a mí, una mujer. No sé si alguien encontrará este escrito o leerá esto que acabo de escribir, pero si así fuera, entendería cómo es la vida en este periodo de la historia de mi tierra, mi querida tierra, la destrucción de mi cultura.

 

 

Althea.


ÉPOCA ARCAICA

 

 

 


UNA HISTORIA ATENIENSE

Sergio Martínez Tendero

 

 

 

Vivo en Atenas, una bonita ciudad griega. Vivo con mis padres a pesar de tener 32 años. Habitamos en una pequeña casa. Mi padre, que es comerciante, pasa todo el día fuera de casa, mientras que mi madre se dedica a las labores del hogar. Tengo amigos más ricos que me suelen invitar a fiestas y banquetes, llamados “symposia”, donde no paramos de beber hasta altas horas de la madrugada. Las casas de mis amigos ricos son muy diferentes a la mía, donde vivimos todos revueltos. Sus casas tienen dos partes muy diferenciadas; la más importante, reservada a los hombres, otra más escondida, el gineceo, que era la parte dedicada al uso exclusivo de las mujeres de la casa. Era la parte más alta de la casa, la segunda planta.

Me voy a casar con mi novia de quince años, en el mes de Gamelión. Mis padres, como es costumbre, fijarán una dote con los padres de mi novia, que tras la boda llevará una boda modestísima y se dedicará a administrar la casa con el mínimo gasto, pues mi trabajo de herrero no da muchos beneficios. Tenemos pensado tener muchos hijos. La boda durará tres días y durante estos días las novias rendirán culto a las diosas Ártemis y Hera. El tercer día la esposa, en su nueva casa, recibirá los regalos y las visitas de los parientes.

A nuestro primer hijo le pondremos el nombre del abuelo, y celebraremos su nacimiento con ceremonias, banquetes y regalos.

Durante sus primeros años será mi esposa la que se encargue de educarlo y a los seis años empezará a ir a la escuela para formar su carácter.

Hoy, sin embargo, debo asistir a un funeral de un pariente. Tengo que ayudar a mis familiares a lavar el cuerpo y también a amortajarlo. Es tradición poner en la boca del muerto una moneda como pago a Caronte. Los familiares celebramos una comida fúnebre y al día siguiente se limpia y purifica la casa con agua del mar.


CARTA DESESPERADA

José María Valera Jiménez

 

 

 

No sé quién leerá esta carta, de hecho, es posible que nadie llegue a leerla, pero a quien quiera que la esté leyendo le pido por favor que intente llevar al niño que hay envuelto en el manto con el que está esta carta a un lugar donde pueda tener una vida digna, o bien criarlo en caso de que pueda proporcionarle dicha vida.

Por mi parte, yo, su padre, soy un pobre vagabundo que va a tener que abandonar pronto Atenas porque tiene serios problemas económicos. De hecho, durante el embarazo de mi mujer tuvimos grandes dificultades para alimentarnos y, aunque afortunadamente este niño nació sano, su madre murió durante el parto. Ahora he decidido dedicarme a la delincuencia para sobrevivir, pero esta criatura es demasiado frágil e inocente de una madre que lo cuide y lo acompañe en su hogar mientras yo esté cometiendo mis fechorías.

Si la persona que lo encuentre decide hacerse cargo de la criatura, le pido por favor que intente darle la educación y la infancia que sus padres nunca tuvieron para que pueda ser un hombre de provecho.

La bolsa de tela en la que se hallaba la carta contiene un poco de dinero que te ayudará a hacerte cargo de él, aunque lamento que no sea una cantidad tan grande como yo desearía.

El niño lleva también una medalla que le ayudará a encontrarme si alguna vez quiere descubrir quién es su verdadero padre, aunque puedes retirárselo si consideras más oportuno que nunca sepa la verdad sobre su familia y la deshonra que los acompaña. Con esto finalizo la carta, que espero que sea encontrada antes de que el niño muera de hambre.


DIARIO DE UNA MUJER

Alicia Escribano Castillo

 

 

Arcontado de Sofronisco

Aquí estoy, un día más encerrado en las tareas del hogar y en la triste rutina. Ha llegado mi padre y ha dicho que pronto me casaré con un buen muchacho, acomodado en la escala social y con un trabajo honesto. No puedo negarme a ello, tan solo esperar aquí sentada a que se cumpla mi destino.

Arcontado de Megadoro

Ya han concretado la fecha. Ayer celebraron un banquete y se alargó hasta altas horas de la noche. Después de marcharse los invitados, tuve que limpiar todo el estropicio que habían armado. Ayer fue la primera vez que lo vi, escondida tras la puerta observando y escuchando todo lo que decían. No parece un mal muchacho, pero se le nota tan entu- siasmado con la boda como yo: nada.

Arcontado de Megacles

Mañana es la boda. Estoy muy nerviosa porque no si todo irá bien. Hemos estado hablando y conociéndonos y no es tan malo como imaginaba; es más, incluso po- dría llegar a quererlo. Es tal como aparenta ser, pero bueno, que sea lo que Zeus quiera. Arcontado de Cleónides

Ya llevamos un tiempo juntos. La boda fue muy bien. Nos hemos venido a vivir a la isla de Naxos. Tenemos un hijo precioso al que no sabíamos cómo llamarlo, así que le pusimos Anacleto. Somos muy felices cuando estamos los tres juntos y me trata muy bien. Al final todo ha salido a pedir de boca y no podría llevar una vida más feliz y mejor acompañada.


UN SOLDADO ESPARTANO

José Miguel Garrido Leal

 

 

Soy un soldado espartano en plena guerra que estoy deseando ver a mi familia ya, estoy cansado de pelear y ver morir a gente que conozco, esto parece no tener fin.

Esta misma tarde el jefe nos ha mandado atacar a los aqueos y yo no puedo más. Llevamos ya dos meses aquí y he perdido a casi todos mis compañeros de barracón. Al principio estaban Admeto, Ajax, Cianax y mi mejor amigo Denes, pero después de dos meses en esta batalla tan dura solo quedamos Denes y yo. Solemos hablar mucho por las noches sobre nuestras familias, nuestros deseos de volver a casa... Pero de lo que más hablamos es de lo que haremos al volver a casa; yo quiero montar una pequeña tiendecita y vender lo que recoja en mi huerto. Denes solo quiere encontrar una chica y

vivir con ella, dice que lo demás le da lo mismo.

Ya nos están reuniendo, vamos hacia la batalla.

Después de un rato de camino llegamos al combate, horas y horas luchando con la espada, estoy cansadísimo. De repente, oigo a mi lado un grito ensordecedor y no puedo evitar mirar. Es Denes, que está siendo atacado por dos enemigos, es atravesado por una espada y cae al suelo sangrando. La imagen me llena de ira, me aparto a tres enemigos de encima y traspaso con mi espada a uno de ellos.

Al pasar un rato los pocos enemigos que nos quedan se rinden y huyen, hemos vencido la batalla y conquistado Acaya.

Volvemos a Esparta y me han encomendado informar a algunos familiares de mis compañeros de su muerte; uno de los momentos más duros.

Llego a la casa de Denes, aquel a quien vi morir y me acordé entonces de lo que nos contábamos en el barracón y de todos sus deseos de volver.

Llamo a la puerta y digo a su madre:

-Traigo una mala noticia, señora: tu hijo ha fallecido en la guerra. Comienzo a llorar y la madre me dice:

- ¿Por qué lloras? Hemos vencido, ¿no?

-Si, por supuesto

-Entonces hay que estar felices, estamos haciendo grande a Esparta.

Me sorprendió muchísimo esta reacción, pero también me animó bastante, y sobre todo cuando recordé que la siguiente parada era ya mi casa, donde llevaba deseando llegar


prácticamente cuatro meses, que para parecían 20 años. Deseaba ver a mis familiares, a los que tanto había echado de menos. Estaban mi hermano pequeño, Alejandro, de siete años, mis padres, Sofía y Tiresias, y mi abuelo, la persona más sabia que conozco y la que más me apoyaba.

Llego a casa, nadie me esperaba, por ello la sorpresa es mayor cuando hablo a mi madre, que se me abraza llorando a la vez que los llama a todos para avisarles de mi llegada. Por fin estoy en casa, con mi familia, la guerra ha acabado y, aunque he perdido amigos, estoy más feliz que nunca.

Después de tres años, he podido montar mi tiendecita y puedo vivir bien con lo que gano. He encontrado también a Cinaris, la que ahora es mi mujer, que está esperando un hijo, nuestro hijo, el cuál espero que nunca pase lo que yo pasé.


COLONIZACIONES

 

 

 


LA COLONIZACIÓN

Nerea Peñaranda Mora

 

 

 

Voy a contar lo que le pasó a mi familia durante la colonización. La colonización supuso la movilización de recursos frente a una situación excepcional, por una parte. Y el traslado deliberado de la población de un lugar a otro, por otra, así que se tuvieron que marchar. Los griegos basamos nuestro proceso colonial en un instrumento muy poderoso: la flota. Y la complementamos con el ejército de nuestros guerreros, los hoplitas, tropas que podían ocupar los territorios.

Período desde la X a la XX Olimpiada

 

He oído decir que este fue el momento en el que los griegos fundaron las llamadas apoikiai o colonias. Se tratabas de unas polis nuevas e independientes. Comunidades agrarias, puesto que estaban motivadas por la stenokhoria (falta de tierras).

Según me contó mi abuelo, se dio sobre todo en Magna Grecia (Sicilia y sur de Italia, llegando hasta la tierra donde habitan los tirrenos). Las potencias coloniales más destacadas fueron: Eubea con sus polis Calcis y Eretría; Megara; Corinto y Mileto.

Período desde la XX a la XXV Olimpiada

 

Recuerdo que éste fue el período de fundación de los emporion. Fundaciones griegas abiertas, puntos de encuentro estrictamente comerciales. No tardaron en convertirse en auténticas polis, pero con un marcado carácter diferenciador entre el mundo de nosotros, los griegos y el de los “otros”, a los que llamamos bárbaros.

La potencia colonial de esta época fue Focea, con colonias en el Mar Negro con un importante influjo de las naciones bárbaras de oriente; y en el oeste del Mediterráneo, con la construcción de Massalia, Emporión y Rhode; incluso he oído decir que hasta en Egipto, con la fundación de Náucratis en el delta del Nilo.

En este período en las ciudades griegas había menos necesidad de tierras que antes, ya que los tiranos se habían preocupado de expropiar terrenos a los aristócratas, esos egoístas soberbios, y repartirlos entre el pueblo. Esto motivó el interés de los mercaderes para abrir mercados en otros sitios. El objetivo, así al menos me lo han


contado a mí, y me lo creo, era tener contentos a los comerciantes y a los artesanos que mantenían a los tiranos en el poder.

Ahora voy a contaros cómo tenía lugar un proceso de fundación colonial, al menos en tiempos de mis padres.

Mi hermano mayor me contó que primero, la polis, debía encontrar a una persona capaz de organizar la expedición: un oikistés, al cual se dotaba con todo tipo de atribuciones.

Disponía de la capacidad de decisión sobre los diferentes aspectos del proceso. Y que, una vez en el nuevo emplazamiento, el oikistés, era el responsable de establecer los problemas y las soluciones, gestionando los pobres recursos griegos para la fundación de la colonia.

Desempeñaba todas las funciones (administrativas, militares, judiciales, legislativas…). A la muerte de algunos que han sido especialmente famosos y queridos, se les ha llegado incluso a recibir culto, pues se les consideraba héroes.

También me dijo que después de la designación del oikistés, había que decidir el lugar del nuevo emplazamiento, siempre cercano al mar.

Para ello se realizaban expediciones de reconocimiento. Se elegían lugares próximos a la costa por varias razones: los griegos siempre hemos sido mejores marineros que infantes; el mar les ofrecía un muro de protección, así como una vía de escape; y sobre todo por las posibilidades comerciales que tienen los puertos.

Un ritual indispensable ha sido siempre la consulta al oráculo de Delfos, convertido en lugar de reunión de los expertos de todos los tiempos. La sanción religiosa era necesaria para decidir realizar o no la empresa. En este momento, el oráculo de Delfos, se confirmará como uno de los santuarios más famosos y apreciados por todos los helenos.

En la primera expedición a la nueva colonia solo se enviaban varones, por si surgían problemas con los indígenas. Se repartía el territorio en lotes de tierras y se ensayaban nuevas formas de distribución del terreno, como la disposición en damero. Algunos llaman a esto sistema hipodámico (en honor a su inventor, un tal Hipódamo de Mileto, según dicen).


Una vez instalados se iniciaba el ritual que indicaba la independencia de la metrópoli. Se transportaba desde la polis hasta la nueva colonia la “llama sagrada”, que era depositada en el témenos (terreno delimitado y consagrado al dios).

Una vez introducida la llama en el recinto sagrado se consideraba que la colonia era totalmente independiente. Quedando como único nexo de unión con la “madre patria” los vínculos espirituales, que algunas veces acaban también por desaparecer.

Cuando mi familia me contó todo esto, me quedé muy asombrada al saber que durante mucho tiempo, antes de nacer yo, pasaron cosas terribles que hasta se tuvieron que marchar de donde ellos vivían.

NORA


EL VIAJE DE EFIÓN

Cristina García Jiménez

 

 

 

Efión se encontraba junto al fuego realizando pequeños trabajos de artesanía en madera. Era un hombre de avanzada edad, pero con una memoria todavía muy buena. Corría el año tercero de la cuadragésima olimpiada y nuestro protagonista vivía en una ciudad de Hesperia, situada junto al mar Mediterráneo.

Al caer la noche vinieron a visitarle todos sus nietos para celebrar los 65 años y, una de ellos, Helena, que era una niña muy curiosa, le pidió que contase alguna historia sobre su infancia y el abuelo, muy contento, comenzó con su relato:

Yo vivía en una aldea, con pocos habitantes, en el interior de Grecia y me dedicaba a la agricultura para poder ayudar a mi padre y sacar adelante la familia. Me encantaba oír historias de guerreros, héroes… y siempre que podía, le pedía a mi abuelo que me contase una. Yo soñaba con poder viajar para conocer el mundo, nuevas culturas y convertirme en uno de esos héroes que aparecían en las historias de mi abuelo, pero eso no podía ser porque mi familia se encontraba muy mal por las pocas ganancias que obteníamos de los cultivos.

Pero un día, cuando paseaba por la plaza, vi a un hombre informando sobre el reclutamiento de jóvenes para buscar nuevos mercados en las ciudades del Mediterráneo.

Cuando conté a mis padres mis intenciones de marcharme, al principio intentaron que me olvidase de aquello, pero más tarde se dieron cuenta que esta decisión podría aportarme un futuro mejor. Todavía recuerdo los llantos de mi madre y la gran tristeza de mi padre. Aun así, para estar más seguro de la iniciativa que tomaría, decidí visitar al oráculo de Delfos, quien me predijo una mejor vida que la de aquí y, sin más perspectivas, marché hacia aquellas tierras.

Al llegar, todo estaba desierto, sin gente. Todo el mundo trabajaba horas y horas para construir edificios donde poder vivir, pero al pasar unos años, el territorio creció y creció hasta convertirse en una gran ciudad.


Estudié durante algunos años para poder conseguir un puesto en el consejo (mi gran sueño) y finalmente lo conseguí. Empecé a trabajar y conseguí tener un buen trabajo, un buen sueldo… pero, sin embargo, me encontraba solo, no tenía a nadie en quien poder respaldarme y tener apoyo, aunque mandaba y recibía cartas de mi familia, pero con eso no era suficiente, necesitaba ver a mis padres. Entonces aprovechando un momento en que mis ocupaciones me lo permitían, en verano, me dirigí hacia mi pueblo: mi casa.

Cuando llegué mis padres se alegraron mucho de verme, pero su economía no funcionaba muy bien, y para solucionar el problema, decidí pasar unos cuantos meses y así poder ayudarles.

Esos meses fueron los mejores de mi vida, pues me sentía muy necesitado por mi familia, pero además de eso, en este periodo conocí a vuestra abuela. Ella era una mujer muy bella, simpática y risueña. Lo nuestro fue un amor a primera vista. Todo sucedió muy rápido. Cada día nos encontrábamos en la plaza, nos mirábamos y seguíamos con nuestro camino. Hasta que un día di un paso más y le pregunté por su nombre. Ella muy sorprendida, me contestó y, al día siguiente nos reunimos para conocernos. Así, nos fuimos enamorando y finalmente nos casamos y tuvimos a vuestro padre.

Aunque todo se complicó porque yo debía volver hacia Hesperia para continuar con mi trabajo, pero ella no podía irse. Por lo tanto, me fui solo. Durante los veranos venían a visitarme, pero luego marchaban, hasta que un fatídico día recibí la noticia que mi mujer había muerto de una epidemia y mis padres tuvieron que quedarse al cargo de vuestro padre, que era aún muy pequeños.

Sin embargo, esta situación duraría poco tiempo, pues mi padre que seguía teniendo problemas económicos, tomó la decisión de viajar todos hacia Hesperia y así yo, poder encargarme de mis hijos.

Y esta es la historia que resume el transcurso de mi vida.

 

Todos los nietos quedaron asombrados y especialmente Helena, que fue la más interesada por esa historia, dijo:

-Abuelo, ¿y que fue de esa aldea? A lo que Efión contestó muy triste:


-Pues hija mía, desde que murió tu abuela no he vuelto a pisarla.

 

Entonces todos, al ver la gran tristeza que había almacenado su abuelo durante tantos años, le ofrecieron realizar un viaje con toda la familia, a lo que Efión respondió muy felizmente: Sí.


CARTA DE ANDRÓNICO

Juan Francisco Valera Jiménez

 

 

Queridos hijos y nietos:

Yo, vuestro abuelo Andrónico, partí de la ciudad de Argos el primer año de la vigésima olimpiada, debido a que entonces el rey Arquídamo manipulaba estos juegos y yo lo descubrí todo. Éste, al saberlo, organizó una campaña para encontrarme y darme muerte. Tuve que huir y me marché a la región de Iberia, justamente con una expedición colonial que partía hacia allí.

Para ello tuvimos que atravesar el mar Jónico y después el Tirreno en un barco que nos dejó en Massalia, y posteriormente caminar quince días a pie asentándonos en los bosques de la Galia, durante el recorrido hasta llegar a Iberia.

Durante el trayecto pudimos dar esquinazo a un barco cartaginés que salió a nues- tro encuentro. Más tarde tuvimos que hacer frente a dos ataques de los galos en la región de Rodai. Murieron cincuenta expedicionarios de los que me acompañaban, debido a estas causas y al fuerte temporal de nieve que sufrimos al dejar atrás la Galia y pisar tierras iberas.

Una vez allí pasé dos largos años asentándome en un sitio y en otro intentando conseguir tierras o trabajo por la zona del interior; pero un compañero de viaje me co- mentó que se marchaba a la orilla de la región, a un área que estaba bajo influencia griega. Decía que se dedicaría a comerciar, ya que en la orilla del mar Interior podíamos dedicar- nos a esa labor sin que los iberos nos disputaran el terreno, puesto que incluso mercadea- ban con nosotros. Y así lo hicimos. Me fui con él y desde entonces llevo comerciando, pero ahora que he contraído una fuerte fiebre bastante conocida por aquí, sé que está llegando el fin de mis días y quisiera que supierais que os ofrezco mi casa, mi puesto de comerciante y la poca riqueza que tengo para que viváis mejor, porque os quiero.

 

Andrónico


CARTA DE GEORGOS

Jorge E. Peñarreta Sotambo

 

 

Hola, padres:

Hace ya dos años desde que me fui de Creta hacia la costa de Hispania. La gente aquí ha sido muy amable desde que llegué. La verdad es que se vive bien, me encanta la comida que hacen por esta tierra. El tiempo es raro y muy duro. En invierno hace bastante frío y en verano, al contrario, hace bastante calor.

Aquí he hecho nuevos amigos, todos ellos muy buenos. Cuando tengo tiempo libre salgo con ellos. Aunque la mayoría del tiempo estoy trabajando, no es muy duro mi tra- bajo, ni aburrido, porque se habla con bastante gente. Trabajo como mercader en el po- blado que vivo y, de vez en cuando, salgo hacia otros poblados a vender mi mercancía.

Mi vida aquí es buena. A veces echo de menos Creta, a sus gentes y a vosotros, el calor de mi tierra y sus costumbres: me gustaría volver alguna vez, pero solo por unos días, porque no quiero dejar esta tierra ni a mis amigos.

Cuidaos mucho.

Georgos.


CARTA DE ISEA

Isabel Lázaro Picazo

 

 

Queridos padres y amigos:

Estoy segura de que esta carta no era esperada por vosotros. Como ya sabéis, nuestra situación económica está decayendo, y la única esperanza es casarme con un buen señor. Después de muchas noches en vela he llegado a una conclusión: me iré lejos de aquí a buscar a un buen hombre noble. No puedo permitir que nuestro apellido caiga en la miseria.

Me voy a un país desconocido llamado Libia. Ha llegado a mis oídos que en uno de los puertos de nuestra querida isla de Creta sale un barco hacia este gran país. Se ne- cesitan varios días de navegación para llegar allí.

Para conseguir dinero para mi viaje, he hecho algunos trabajillos sin nuestro per- miso. ¡Oh Zeus! Ayuda a mis seres queridos y a vosotros padres míos, os ruego que per- donéis a esta noble desesperada y os prometo que mi ida espera tener vuelta pronto y con noticias agradables.

También os ruego, padres, que me disteis la vida, que no os apenéis por mi deci- sión, pues lo hago con el corazón. Para no perder la honra, decidle al pueblo alguna men- tira piadosa, y a mis queridas siervas, mis amigas íntimas, que les deseo toda la felicidad del mundo y les prometo que, si la suerte me acompaña, serán recompensadas por su amabilidad y paciencia.

¡Oh, Atenea, diosa de la guerra, dame fuerza y valentía para sobrevivir en esta aventura y conseguir mis propósitos!

Os echaré en falta a todos. Muchos besos y abrazos.

 

Vuestra hija y amiga Isea, que os quiere mucho.


ME PRESENTO, SOY ANTHEA

Rocío Navarro García

 

 

 

Me presento, soy Anthea. Mis padres me llamaron así porque cuando yo nací me pasaba todo el día jugando en el jardín con las flores. No soy hija única (que ojalá), tengo un hermano mayor que yo, Adonis. Él se lleva todas las alabanzas, que si es muy guapo, que si es muy fuerte… cosas varias. Se prepara para la próxima guerra, ahora combate en el ejército y ya tiene su casco, escudo, lanza… todo preparado. Está bastante ilusionado con ir.

Bueno, hablemos de y de mi familia. No me puedo quejar de mi vida. Mi padre trabaja en el campo y no nos va mal: Mi madre es ama de casa y nos cuida a mí y a mi hermano.

Yo voy a clase y me he empezado a aprenderme el abecedario y damos también filosofía: hay unos pensadores llamados filósofos, suelen ir a la plaza a debatir. Los días de mercado nos vamos con mi padre a vender los alimentos que nos da el campo.

El otro día comiendo mi padre nos contó que un señor muy bien vestido le dio una especie de círculo de metal: mi hermano y yo nos quedamos perplejos, no sabíamos que era cuando la enseñó. Él prosiguió contando y nos dijo que era una nueva forma de pago y se llamaba moneda.

Al cabo de los meses teníamos más y más monedas, pero sucedió una desgracia. El suelo empezó a no producir tanto como antes. Tuve que despedirme de mis amigos, maestro, vecinos… nos íbamos de esta polis a otra con mejores tierras. Nos íbamos a Esparta, Laconia, exactamente a Mesoa, una pequeña aldea.

Pensábamos que todo iba a estar bien, pero desde ese momento todo fue penuria.

 

Al llegar a esa aldea, nuestra casa, tenía huerto, sus habitaciones… era muy similar a la anterior. Empecé de nuevo las clases, no me costó nada adaptarme, hice nuevos amigos.

Al mes siguiente mi hermano se fue a su primera guerra y lamentablemente no volvió. Mis padres y yo lo recordamos mucho, es muy duro perder a un hijo y hermano.


Ahora sin su ayuda nos cuesta más sobrevivir, cada vez hay más guerras, más penuria, menos producción en las tierras. Mi padre se ha metido a jornalero y yo he tenido que dejar la escuela para ayudar en casa a mi madre.

La vida me ha cambiado muy rápido en estos meses.

 

ANTHEA


JUEGOS OLÍMPICOS

 

 


LA HISTORIA DE OLIMPIA

Carmen García Villanueva

 

 

 

Era tan solo una niña cuando mis padres, mis hermanos y yo nos trasladamos a Corinto.

Yo, Olimpia, era una niña sin amigos ya que estaba en una ciudad nueva, ciudad que yo apenas conocía. Era tan solo una niña de una familia de campesinos que trabajaban muy duro para mantenernos a mis hermanos y a mí.

Tras pasar unos días de mi estancia en Corinto me hablaron de que en unos días empezaban los Juegos en honor a Poseidón, llamados Ístmicos.

Y… ¿quién me habló de todo eso? ¡Pues mi nuevo amigo Teseo!

 

Teseo era un chico al que yo había conocido en el ágora. Era alto, moreno, bueno, simpático y, sobre todo, muy guapo.

Él me explicó lo que eran las Olimpiadas y todas las costumbres y ritos de las mismas.

Mientras, mi madre permanecía en casa y yo también le ayudaba en todas las labores de la casa, y mi padre se iba a trabajar y no volvía hasta la noche. Entonces cenábamos y a dormir.

A mí me daba mucha envidia mi amigo Teseo, ya que el aprendía más cosas que yo, como leer, escribir, dibujar… Yo lo veía injusto, pero que se le iba a hacer.

Pasaron unos pocos meses y cada vez me convertí en más amiga de Teseo, hasta que me acabó gustando y finalmente me enamoré de él, como él de mí.

Yo sabía que eso no podía ser, ya que yo tenía catorce años y mis padres, según las costumbres tradicionales, ya estaban pensando en concertar mi matrimonio con Dioniso, un vecino de treinta años muy bienaventurado con el que mis padres decían que podría tener una buena vida…


Pasó un año y llegó el momento de mi matrimonio, pero yo sabía que mi amor por Teseo era más fuerte que cualquier cosa y… que, aunque me casara, seguiría toda mi futura y triste vida… ENAMORADA DE ÉL.

Y siempre recordaría mis primeros 14 años como los más bonitos.


STELIOS

Adrián Cebrián Acosta

 

 

 

Hola, me presento: me llamo Stelios Maurogenides y soy un atleta corintio. Bueno, la verdad es que soy el único atleta de mi pobre pero honorable familia, y que ningún pariente mío ha participado en unos juegos olímpicos dedicados a Zeus. Estoy muy orgulloso de poder defender a Corinto en los juegos, el entrenamiento y preparamiento ha sido abrumador y extenuante. Me pregunté de dónde sacar fuerzas para mañana, el día importante, pero las sacaré y daré lo mejor de mí mismo, porque ningún corintio y mucho menos un Maurogenides se rinde antes de empezar, y aunque sea mi primer año en el atletismo, ya que llevo cinco años sirviendo en el ejército de Corinto, donde desgraciadamente perdí a mi hermano Diófanes.

El viaje a Olimpia desde Corinto fue bastante peligroso, porque estando ya atravesando Arcadia, en una pequeña aldea, un grupo de comerciantes, al saber que éramos forasteros, nos desvalijó. Espero que los dioses les den su merecido. ¡Ah!, se me olvidaba mencionarlo. No estoy solo: he venido con mi mujer Helena y mis dos hijos Stelios y Andreas.

Aquí en Olimpia la gente es bastante simpática, es muy hospitalaria, no como esos brutos arcadios. Como después de que esos tipos nos atracaran no tenemos dinero para pasar la noche los cuatro en una posada, por lo que me sentí muy afortunado al encontrarme con mi amigo Nicómaco, que también compite por Corinto, al que no le importó dejarme el dinero para el alojamiento. ¡Que Zeus y todos los dioses del Olimpo se lo paguen!

Estamos un poco perdidos, ya que no sabemos dónde encontrar un sitio agradable en que cenar bien, y sobre todo que sea barato. ¡Bueno, ya que me he presentado vamos a buscar algo, no queremos pasar la noche al raso y con el estómago vacío! Allí parece que es donde se reúnen los atletas espartanos, así que ¡ni hablar! Nunca me han caído bien esos est... espartanos, podría contaros una anécdota de ellos, pero mejor lo dejamos para otro día. Al no encontrar nada que nos guste, tendremos que volver a pedir ayuda a Nicómaco, ya que él ha vivido mucho tiempo en Olimpia, aunque sea corintio.


Nos recomendó una pequeña pero agradable posada junto a la suya. Al haber recorrido toda Olimpia ni nos lo pensamos, y entramos allí después de tan larga caminata.

La comida no era gran cosa, eso sí, el vino era excelente y el sitio era muy tranquilo, algo bastante difícil en un lugar donde los juegos han traído a tanta gente de distintas polis. Nos acostamos temprano, y es que el día más importante de mi vida, después del nacimiento de mis hijos, estaba a punto de llegar.

Nos despertamos a falta de unas horas para que dieran comienzo los juegos en su segundo día, porque la inauguración me la perdí por culpa de algunos contratiempos que ya he contado. Espero que mis compañeros corintios no me lo reconvengan. Lo entenderán o tendrán que hacerlo igualmente, porque después del viaje que he hecho no creo que estén en la posición de hacer reproches.

Como la posada no incluía desayuno, bajamos a una taberna donde nos prepararon una riquísima carne. Al tener que coger fuerzas repetí y me pedí dos tazones, además del de Andreas que no tenía hambre, y que se lo había dejado todo en el plato.

Ya en el estadio, como no podían entrar mujeres, me despedí de Helena y de mis hijos, que me desearon mucha suerte. Allí me reuní con mis camaradas corintios y asistimos al desarrollo de las pruebas.

Llegó nuestro turno: empezaron a hacer ejercicios de calentamiento que yo jamás había hecho. Como quise hacer lo mismo y estaba un poco verde calentando se rieron de mí.

Empecé la carrera más importante de los juegos dirigida por los helenódicas: comencé bastante bien, pero como aún quedaba mucho tramo no quise atacar a los líderes espartanos; los atenienses, esos filósofos de pacotilla, iban en último y destacado lugar. Me despegué de mi grupo y alcancé a la mayoría de espartanos excepto a uno, hasta que en un esfuerzo final le arrebaté la victoria in extremis. Todos los corintios saltaron como locos en el estadio: la primera victoria corintia después de 25 años de hegemonía espartana no era para menos. Mi nombre, el de Stelios Maurogenides, pasará a los anales de los Juegos Olímpicos. Después de esto no me tendré que preocupar tanto de nuestra situación económica: como es costumbre en mi polis me harán un montón de regalos, entre ellos que una parcela de terreno, donde pienso trabajar para producir mis propios alimentos...


Después de la obligada fiesta con mis compañeros me reuní ya de noche con Helena y mis hijos. Ella no creía lo de mi triunfo, pensaba que era una broma, hasta que saqué la corona que había ganado y lo celebramos junto a Nicómaco toda la noche. Finalmente me despedí agradeciéndole todo lo que él había hecho por nosotros.

Regresábamos a Corinto. Espero que el viaje de vuelta no sea tan ajetreado,

 

Stelios


EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS

Irene Cutanda Pérez

 

 

 

Y por fin llegó el día tan esperado por todos los ciudadanos de Pisa. Los Juegos Olímpicos comenzaban, y en toda la ciudad se notaba el alboroto por la gran euforia.

Adara se despertó con un gran entusiasmo, debido a que hoy llegaba su prima Cynthia de visita y de paso a estar con su familia durante los cinco días de los juegos. Para celebrar el comienzo de estos, Adara y Cynthia se fueron a comer a una casa de comidas, y al terminar fueron a por los hijos de Adara para pasar el día durante la ciudad. Al llegar la noche, todos se fueron a dormir impacientes por el día de mañana, ya que se tenían que levantar muy pronto para poder coger buen sitio en las gradas.

Era la primera hora de la mañana y todos en la casa estaban despiertos y preparados para el primer gran día. De camino al estadio, todas las calles estaban llenas de exposiciones, ferias, negocios, comerciantes… que al igual que muchos, aprovechaban y ganaban así algo de dinero. Adara y su familia dieron una vuelta por la feria, por todas las exposiciones, por los pequeños puestos de comerciantes… disfrutando de la gran fiesta que había en la ciudad. Llegada la segunda hora del día, los guardias empezaron a dar paso a la gente para que tomaran asiento y se prepararan para las actividades. Esperaron durante una hora a que diese por comienzo el primer día de los juegos. El primer día se dedicaba a los sacrificios, mataban a un toro y quemaban las carnes en un altar de piedra. Después, parte de esta se consumía allí para los dioses y la otra parte se la comían. Una vez terminado el primer día, Adara, Cynthia y los demás de dirigieron a casa para cenar todos juntos. Al finalizar la cena se dirigieron a casa para dormir, y todos muy entusiasmados con la espera de los siguientes días, se echaron en la cama.

Durante el segundo día hicieron lo mismo; se levantaron, se prepararon y fueron a dar una vuelta por la feria hasta que pudieron entrar en el estadio. En este día se realizaban las carreras pedestres, en ellas, los jugadores hacían carreras a lo largo de todo el estadio. Para Cynthia era muy interesante, ya que le causaba mucha intriga saber quién iba a llegar primero a la línea de meta, aunque no pudiéramos verlo, sino que nos conformábamos con escuchar los gritos desde fuera. Los días en el estadio eran muy


divertidos, siempre estábamos felices, gritando de alegría, de euforia… Lo pasábamos muy bien siempre.

Llegaron los días más entretenidos para todos nosotros, el tercer, cuarto y quinto día. Estas veces nos levantamos un poquito antes porque habíamos quedado con unos amigos. Teníamos la tradición de los últimos tres días de juegos quedar con los amigos para poder disfrutarlos al máximo. En estos días se celebraban carreras de caballos, luchas, boxeo y el pancracio, que era una combinación de las dos. El objetivo de estos deportes era arrojar a la tierra al antagonista tres veces. El boxeo era muy duro, pero a la vez muy impactante, porque se empezaron a envolver los dedos con cuero duro para que el golpe fuera mucho más fuerte. Para Cynthia, mis hijos y yo el pancracio era lo más divertido, ya que mezclaba los dos deportes, y la competición no paraba hasta que uno de los dos jugadores asumiera la derrota. Lástima que, al ser mujeres, nos tuviéremos que conformar con imaginarlo. En las carreras de caballos sólo los más ricos podían participar, cada participante era dueño de su caballo. Después de esta actividad estaba el pentatlón, una serie de cinco pruebas: velocidad, salto de longitud, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco y lucha. Todos estos podían llegar a hacer muy famosos a los participantes que ganaran.

Con excepción de la sacerdotisa de Deméter, que ocupaba un asiento de honor, las mujeres teníamos prohibido el acceso a los juegos bajo pena de muerte. Sin embargo, se crearon unas competiciones específicas para nosotras, llamadas Juegos Hereos, pero las mujeres competían vestidas, a diferencia de los hombres.

Una vez finalizados los cinco días, mi prima Cynthia, mis hijos y yo celebramos en casa una de las mejores cenas del año, las cuales siempre hacemos al terminar los juegos olímpicos. Para nosotros es un honor poder ver y vivir, aunque sea desde lejos, estos juegos. Son los mejores cinco días del año sin duda y espero poder disfrutarlos cada cuatro años, que es cuando se celebran.


ÉPOCA CLÁSICA

 

 


EL SENDERO HACIA LA MUERTE

Borja García Landete

 

 

 

Mis ojos se abren y contemplan ríos de sangre que corren por mi cuerpo. Observan el lugar y sólo ven cadáveres que me sepultan. Intento apartar los cuerpos inertes de mis camaradas y rivales. Por fin, consigo salir de esa prisión sangrienta. Trato de recordar lo último que hice. Sólo se graban en mi cabeza los llantos, imágenes sueltas de gente muerta se imprimen en mi cerebro, mi olfato se activa y siente aromas a espadas y lanzas… Estaba perdiendo mucha sangre, pero el dolor de perder a mi familia era más fuerte. Aguanto un poco más y doy unos pasos, cabizbajo.

Entonces… aparecen figuras negras y borrosas. Mi cuerpo comienza a tambalearse. Las figuras corren hacia mí. Caigo al suelo, moribundo. Las siluetas desaparecen, pero siento que me tocan y me llevan. Los sueños recapacitan sobre la causa de mi estado. Me encontraba luchando. Alguien me atacó por la espalda y clavó su espada en mi costado. Caí al suelo, pedí ayuda con vanas palabras, sentía frío y, por último, miedo.

Estoy cansado, casi no puedo hablar, me falta el aire… ya no tengo fuerzas. No puedo siquiera escribir las últimas palabras de mi vida. Me encuentro tumbado en una cama que será mi primer ataúd. Al lado se halla sentado un curandero. Él es quien escribe con tinta de negro luto estas letras. Es muy extraño, pues… sobre su mano se ve a una mariposa oscura volando, a su espalda veo todo plumas, pero… no son suaves, sino punzantes. Las siento cada vez más… me hacen daño… es insoportable. ¡Oh, dioses, matadme ya! ¡Acuchilla mi cuerpo con la espada que colocas en tu cintura! ¡Líbrame de este sufrimiento!

Parece que me está escuchando. Llama a otro curandero para que me imponga un sueño eterno. ¿Qué ven mis ojos? Ese otro enfermero está casi desnudo, envuelto en un plumaje negro. Tiene… tiene una rama de la que caen gotas de agua sabor a muerte. Pero,

¿qué es ese cuerno de opio que provoca un cierre paulatino de mis pupilas y párpados?


¿Qué me ocurre? No siento mi cuerpo, no soy capaz de moverme, me he quedado mudo, mi energía se ha desgastado... y, de repente, mi última imagen… esa mariposa negra posándose sobre mí. Luego, todo es oscuro.


LA HISTORIA DE NIKOLAOS DE ESPARTA

Sergio Cutanda Montero

 

 

 

En primer lugar, me presento, me llamo Nikolaos y nací en Esparta, Laconia, en el eforado de Agatón. Viví con mis padres hasta los siete años, durante este tiempo ellos me educaron, sobre todo me enseñaron a no temer a la oscuridad y afrontar la soledad, me ignoraban cuando lloraba, y me inculcaron el estar siempre en una excelente forma física. Recuerdo que mis padres me decían una frase que perdura y perdurará en el tiempo: “Vuelve con tu escudo o sobre él”.

Tras estos siete años me vi obligado a abandonar mi casa para comenzar la agogé, un entrenamiento y educación militar dirigido por el estado que finaliza cumplidos los veinte años. Durante este período viví en cuarteles comunales donde se nos enseñaban tácticas de guerra y de sigilo, cacería y atletismo, y también en menor medida las disciplinas de lectura, escritura, canto y poesía. Cuando cumplí doce años me quitaron todas mis ropas y me entregaron una capa roja, nos obligaron a mí y a mis compañeros a dormir fuera del cuartel, a cazar e incluso a robar para conseguir comida.

Frecuentemente surgían disputas entre nosotros, casi siempre animadas por los instructores, y aquellos que mostraban cualquier tipo de debilidad eran constantemente martirizados; incluso los coros de niñas espartanas dedicaban canciones a los jóvenes del Agogé, ridiculizando públicamente a aquellos que debían mejorar su empeño.

Como parte del culto religioso a la diosa Artemisa Ortia, se llevaba a cabo un ritual anualmente llamado diamastigosis, en el que los jóvenes de la agogé debíamos robar el botín colocado en el altar a la diosa, evitando los latigazos de los soldados adultos que los guardaban. Esto tiene como fin ofrecer valor y sangre a Ártemis, pues en ocasiones llegaba a morir algún joven, y poner a prueba el valor y resistencia al dolor de los aspirantes.

Cumplidos los veinte años y habiendo sobrevivido a la agogé, me convertí oficialmente en soldado. Me cambiaron de cuartel, donde comencé mi servicio activo durante diez años más, para más tarde pasar a formar parte de las reservas del ejército.


En general mi vida militar ha sido “tranquila”, he participado en varios conflictos bélicos, pero voy a destacar la guerra contra Atenas y sus aliados, donde participé en la Guerra Siciliana, en los eforados de Demarato y Dorión. Rompida la Paz de Nicias, las tropas atenienses fueron enviadas a dominar ciudades aliadas militarmente con Esparta, y allí nos enfrentamos en una sangrienta batalla, que finalizó con la derrota del ejército ateniense y la esclavización de sus hombres como prisioneros de guerra.

Tras esta batalla quedé cojo y perdí mi mano derecha. Un soldado espartano se retira a los sesenta años, pero en mis condiciones me retiré a los cincuenta y seis años y volví a Esparta con mi familia. Hasta hoy, aquí sigo rodeado de la gente a la que quiero y orgulloso de haber servido a mi nación.


LA VIDA DE THEOLA

Lucía Pardo Utiel

 

 

 

Me presento: me llamo Theola, vivo en Atenas y, en esta carta, os voy a explicar cómo es mi vida.

Yo nací en el mes de Muniquión siendo arconte epónimo Muníquides, mientras gobernaba Pericles. En ese tiempo los persas intentaban dominar el comercio marítimo. Esta amenaza obligó a Atenas a aliarse con Esparta, un antiguo enemigo. Al finalizar la guerra, Esparta había consolidado una posición dominante y Atenas estaba devastada, pero seguía dominando las rutas marítimas y se convirtió en líder de la Liga de Delos, poderosa coalición de ciudades-estado amigas de nuestra ciudad.

Después de vencer a Persia, nuestra ciudad, es decir, Atenas, tomó el control absoluto de la Liga, controlando a las demás ciudades. Se apropió de los fondos de la Liga, la ciudad fue amurallada e incluyó dentro de las murallas el puerto del Pireo, transformándose en una gran potencia.

Paralelo a todo esto, nuestro estratego Pericles dio un gran impulso a las artes y la educación, así construyendo gran parte de los edificios de la Acrópolis.

Tengo dos hermanos, Aetos y Evandro. Aetos es el mayor, actualmente tiene 19 años y Evandro 18. Ambos desde los 7 años iban a la escuela, que estaba cerca de casa, donde les enseñaban gramática, aritmética y dibujo; escribían con un punzón sobre una tablilla cubierta con una capa de cera. Cuando cumplieron respectivamente 14 años fueron al gimnasio para preparase físicamente mediante diversos ejercicios como salto, lucha, carrera, lanzamiento de disco o jabalina para así entrenarlos y prepararlos para ser un “efebo”, es decir, un servicio militar, que es donde ellos hoy por hoy están. En la efebía aprenden el uso de las armas, la táctica y el arte de los campamentos. Cuando cumplan

20 años, que les queda poco para ello, podrán adquirir todos los derechos y responsabilidades de los ciudadanos.

Mis padres se llaman Damárides y Lyris. Mi padre es comerciante. Los días de mercado marcha a primera hora de la mañana para hacer las ventas y así traer los beneficios a casa. Suele pasar la mayoría del tiempo fuera, apenas tengo tiempo para estar


o hablar con él; al contrario de mi madre, que es ama de casa. Mi madre es la que cuida de la casa, de mí y mis hermanos, nunca sale de ella. Cuando crezca no quiero ser como mi madre y estar sometida al matrimonio, a mí me gustaría ser una mujer independiente, sin ataduras, para poder hacer lo que yo quiera. Quiero estudiar y ser libre. Además, quiero casarme con alguien que realmente ame. Espero poder tener en un futuro la aprobación de mis padres para ello.

En cuanto a mí, yo voy todos los días a la escuela, la cual pagan mis padres, (algo excepcional, debido a que el maestro es pariente de mi madre) ya que quiero tener una educación y al menos poder aprender lo básico. Cuando llego a casa, ayudo a mi madre en las tareas del hogar o voy a dar un paseo con mis amigos.

A día de hoy esta es la vida que tengo y ojalá el futuro sea tal como deseo.


FINAL FELIZ

Ángela García Luján

 

 

Era un día gris de invierno, todo está destrozado y estábamos en guerra. Soy Irene, una chica de Atenas de 16 años. Ahora vivo con mi madre y con mi hermano mayor que se llama Alejandro. Los tres vivimos en una pequeña casa cerca del ágora.

Mi padre está luchando en la guerra y lleva muchos meses fuera, le echo mucho de menos. Después de unos meses más mi hermano llegó muy serio y con lágrimas en los ojos: nos dijo que mi padre había muerto durante la guerra. Las dos nos entristecimos mucho.

Decidimos hacerle un bonito funeral para que el pueblo supiera que un hombre valiente había muerto por salvar a su pueblo. Durante el funeral le colocamos una moneda en la boca como pago a Caronte y después limpiamos la casa con agua de mar.

Han pasado unos cuantos años y la guerra ha terminado, ahora llevábamos una vida más normal. Nos levantamos temprano y desayunamos, después mi hermano va a la escuela mientras que yo me quedo en casa para que mi madre y una esclava me den las clases.

Unos años más tarde mi madre me dijo que debía casarme con un hombre que tenía 30 años, como era costumbre en Atenas.

Yo no quería casarme con ese hombre porque estaba enamorada de un amigo de mi hermano que se llamaba Sócrates. Intenté convencer a mi madre y lo conseguí.

Unos meses después me casé con Sócrates. La boda duró tres días: el primer día entregué mis juguetes a Artemis, el segundo hicimos un sacrificio a Hera y el tercer día se celebró el banquete y vi mi casa.

Mi vida de casada era muy tranquila, me levantaba temprano para desayunar y hacia mis labores en casa ya que las mujeres no podían salir de casa y mientras tanto mi marido se iba fuera a comprar, al ágora a charlar con sus amigos y a hacer sus labores.

Me gusta mucho mi vida de casada, por fin soy feliz.


SOY DAFNE

Nuria Cutanda Pérez

 

 

 

Soy Dafne, tengo 14 años, provengo de una familia de aristócratas atenienses pero mis padres decidieron ir a vivir a Siracusa, así que ahí nací y vivo yo.

Siempre he soñado con viajar a Atenas para conocer la ciudad de mis padres y con ello mis orígenes, y hace unos días mi sueño se cumplió, ¡en dos semanas nos vamos a Atenas!

Estoy un poco nerviosa porque nunca he viajado en barco y esto es algo peligroso, pero a la vez estoy ansiosa por llegar ya y poder ver esa ciudad con la que llevo años soñando. Aunque por otra parte me da mucha pena irme de Siracusa, pues es la ciudad en la que he nacido y también me encanta, voy a echar mucho de menos vivir aquí y espero que algún día pueda volver de visita.

Tras una semana surcando el mar, por fin hemos llegado a Atenas. Nada más ver el puerto me he enamorado de la ciudad ¡Quiero ir ya a ver todos esos bonitos monumentos de los que mis padres me han hablado!

Hemos llegado a la casa que mis padres tienen aquí y en la que a partir de ahora será mi nueva casa. Es grande y muy bonita; tiene un amplio patio el cual que los días de sol está muy iluminado; cinco dormitorios, una cocina, un enorme salón que está dividido en dos partes: un departamento de hombres y uno de mujeres; y una gran sala de baño. Además, la casa está muy cerca del ágora, tan solo a 5 estadios, por lo que podré ir cada día.

Ya han pasado unos días desde que llegamos, la verdad que echo de menos Siracusa y toda la gente que conocía allí, pero esta ciudad también me gusta mucho y espero conocer a gente nueva.

Al igual que hacía en Siracusa, estudio en casa. Mi padre es mi profesor y me enseña gramática, música y gimnasia. Soy muy aficionada a la lectura, por lo que suelo ir a la biblioteca a menudo para leerme algún libro. La biblioteca de Atenas es un sitio enorme en el que hay miles de libros, además todos son muy interesantes. También me


gusta mucho el teatro, ya en Siracusa solía ir casi todas las semanas. Aquí en Atenas espero seguir asistiendo al teatro siempre que pueda.

Además de estudiar, ayudo a mi madre con las labores. Mi madre teje muy bien y ella ha sido la que me ha enseñado y la verdad que es algo que también me gusta mucho.

Ayer fui al ágora con mi madre para comprar, había mucha gente y ella me presentó a algunas de sus amigas que ella tenía cuando vivía aquí. Una de ellas me dijo que me presentaría a sus hijos; me hizo mucha ilusión, pues aquí todavía no conozco a nadie y me gustaría hacer nuevos amigos.

Hoy hemos ido de nuevo al ágora, donde hemos quedado con la amiga de mi madre para que me presente a sus hijos. Sus hijos se llaman Ágatha y Calisto, Agatha tiene 13 años y Calisto 15. Ellos me han dicho que me llevarían de visita por Atenas, pues llevaba varios días aquí y todavía no había visto ninguno de esos tan bonitos monumentos de los que mis padres me habían hablado.

Ambos son muy simpáticos y me han caído muy bien. Estoy muy contenta porque tengo nuevos amigos con los que poder salir, además que me han enseñado muchos monumentos que me han encantado. En especial, el que más me ha gustado ha sido el Partenón, ¡es enorme y realmente precioso! Y tiene una gran estatua de la diosa Atenea, donde puedes ir a venerarla.

Hoy he vuelto a quedar con Ágatha y Calisto, hemos ido al teatro, ya que ellos también son unos grandes aficionados. Al llegar a casa me esperaban mis padres, dijeron que querían hablar conmigo. Yo estaba preocupada pues esto no era algo normal. Tras ver mi cara de circunstancia ellos me dijeron que no me asustara y empezaron a hablar conmigo. “Dafne, pronto vas a cumplir 15 años y es una edad en la que las mujeres comienzan a casarse. Esto ya lo tenemos hablado desde hace tiempo y es hora de que conozcas al que será tu futuro marido. Es un buen hombre y te cuidará mucho, tiene 28 años y pertenece a una familia aristócrata como nosotros. Seguro que tendréis hijos y seréis muy felices”. Me dijeron. Nada más escuchar esto me puse a llorar. “¡No, no y no!” les dije, “¡no quiero casarme! ¡Si tan solo soy una niña que piensa en jugar y pasarlo bien!

¡Como voy a imaginar irme de casa y tener hijos, y más con un hombre tan mayor!” “La vida de una mujer es así, tienes que casarte y tener un hombre que te cuide y te dé una casa, a la vez que tú haces feliz a ese hombre y te encargas de las labores domésticas. Y pronto te convertirás en una mujer, por lo que tendrás que casarte”. No podía seguir


escuchando eso, no quería imaginar que me iba tan pronto de casa y con un hombre al que no amaba, ¡ni siquiera lo conocía! Así que salí por la puerta y me fui, sentía tanto rabia como miedo, corría por la calle tan rápido como podía. Iba sin rumbo, tan solo escapaba de aquello que me habían dicho mis padres, pensaba que de esa manera las cosas cambiarían. Con los ojos cegados por las lágrimas yo seguía corriendo, pero de pronto, me choqué con una señora que caminaba por la calle. Ahí me paré, y le pedí perdón, ella pronto se dio cuenta de mi nerviosismo, “no te preocupes niña, tienes que tranquilizarte. Ven conmigo, nos sentaremos, te daré agua y me contarás qué te pasa”, me dijo. Yo no podía ni hablar, los nervios y el cansancio me lo impedían, pero tras beber agua me tranquilicé.

Empecé a contarle desde el principio: que acababa de mudarme a Atenas, y que todo me había ido verdaderamente bien, hasta esa misma tarde, en la que al llegar a casa mis padres me habían dado esa terrible noticia. “Verás, Dafne” me dijo, “ahora yo te contaré mi historia: me llamo Aspasia, tú no me conoces porque acabas de llegar aquí, pero tengo una gran fama y poder en Atenas. Soy compañera de Pericles, el famoso político y orador ateniense; y al referirme a compañera quiere decir que no estoy casada con él, sino que soy su pareja, así ambos tenemos los mismos derechos. Yo, al igual que tú, no quería casarme con alguien a quién no amaba, por lo que decidí que sería libre y nadie elegiría con quién me tenía que casar, eso era algo que debía elegir yo. Cuando conocí a Pericles me enamoré de él, así que nos hicimos pareja”. Yo me quedé asombrada, tanto por su forma de hablar como por su historia, y nada más saber eso decidí que yo quería ser como ella, una mujer libre e independiente que podía decidir con quién casarse. “¿Y yo podré hacer como tú, casarme con un hombre al que de verdad amo y no me quiera solo para encargarme de las labores de la casa, sino que me quiera de verdad para compartir una vida conmigo? le pregunté. “Pues claro que podrás, es más, todas las mujeres debemos ser libres de elegir con quién queremos casarnos, y recuerda muy bien esto, Dafne, nadie debería decidir con quién tienes que casarte, eres tú la que tienes que encontrar a alguien que te ame de verdad, y, además, que te respete y te permita ser igual que él, con los mismos derechos, nunca uno por encima de otro.”

Después de que me dijera todo esto, yo aún tenía más claro que quería ser como ella. “Qué razón tienes Aspasia, ojalá todo el mundo pensara como tú.” Le dije. “Me alegra que me digas eso Dafne, que sepas que yo te ayudaré a evitar esa unión en matrimonio que tus padres quieren hacer con ese hombre al que no conoces.” Me dijo


ella. “Ahora debo irme a casa, mis padres estarán preocupados, además, quiero contarles ya mismo todo esto. Ojalá se den cuenta y me dejen elegir con quién quiero compartir mi vida.” “Claro, vuelve a casa, ya es tarde, espero que tengas suerte con tus padres. Por cierto, te invito a que vengas a mi escuela de filosofía. Cada vez que quieras hablar conmigo podrás encontrarme allí. Además, me gustaría que vinieras para asistir a mis clases, aprenderás mucho y conocerás a mucha gente.” Después de decirme eso me puse muy contenta, ya estaba deseando asistir a esa escuela de la que me habló. “Muchas gracias por invitarme a tu escuela, asistiré lo más pronto que pueda.” Le dije. “Muy bien, Dafne, nos veremos pronto.” “Hasta pronto Aspasia, muchas gracias por tu ayuda. No sabes cuánto me alegro de haberte conocido.”

En cuanto llegué a casa les conté todo a mis padres. Al principio no les pareció buena idea, pero poco a poco se fueron convenciendo y me dijeron que me permitían elegir a un hombre al que amara de verdad. Esto me puso muy contenta y estaba deseando ir a contarle a Aspasia que mis padres habían aceptado mi propuesta.

Al día siguiente fui corriendo a la escuela de Aspasia, ella estaba allí y al ver mi cara de alegría no tuve que contárselo, ella ya sabía que no me iba a casar con ese hombre al que no conocía, sino que podría compartir mi vida con alguien al que amara.

A partir de ese día comencé a asistir a clases de filosofía en la escuela de Aspasia, yo nunca había estudiado esa asignatura, pero la verdad que me gustó mucho. Además, me han hablado de un tal Sócrates, que es un hombre que va al ágora para hablar con los jóvenes y hacerles preguntas. Según dicen, un oráculo le dijo a su amigo que Sócrates era el hombre más sabio de todos, pero que él se considera a mismo como el menos sabio. Algún día intentaré hablar con él para comprobar si de verdad es un hombre tan sabio como dicen.

Tras varios días asistiendo a clase fui conociendo a mucha gente, entre ellos conocí a Adonis, un bello muchacho de 16 años con cabello rubio y ojos azules. Adonis es muy simpático y gracioso. Me alegro mucho de haberle conocido y poder ser su amiga.

Adonis y yo quedamos todas las tardes después de la clase de filosofía para ir al ágora y a los monumentos que allí hay. A veces, también vamos a la biblioteca para coger algún libro, pues al igual que a mí, a Adonis le encanta leer. Hoy por la tarde nos encontramos con Sócrates, ya que nunca habíamos hablado con él fuimos a su lado para escuchar todo lo que les decía a esos jóvenes que lo acompañan. Tras escucharle hablar


he podido comprobar que el oráculo tenía razón, ¡Sócrates es el hombre más sabio de todos!

Han pasado 5 años, en unos días cumpliré 20 años. Tras pasar todos los días con Adonis al final acabé enamorándome de él, es tan guapo y bueno que cada vez que estaba a su lado no podía parar de mirarlo. Adonis también se enamoró de mí y hace un año decidimos irnos a vivir juntos, además estamos pensando en tener un hijo, pues a los dos nos encantan los niños. A mis padres Adonis les cae muy bien y aceptaron que me fuera a vivir con él, están muy contentos de que seamos tan felices.

Aspasia se convirtió en mi segunda madre, seguimos asistiendo a su escuela, y a veces nos invita a comer en su casa, o ella y Pericles vienen a la nuestra.

Han pasado diez meses, hace una semana di a luz a una niña preciosa a la que he llamado Helena. Ahora que soy tan feliz me imagino qué hubiera pasado si aquel día no me hubiese cruzado con Aspasia y no me hubiese contado su historia. No me imagino vivir con un hombre que no sea Adonis. Pero eso nunca ocurrió, por suerte conocí a Aspasia y tras ello conocí al amor de mi vida, el cual cada día que pasa me hace más feliz.


MI VIDA EN ATENAS

Paula Caballero Campillo

 

 

 

Me levanté al amanecer como cualquier día y me cambié de túnica; también me aseé un poquito. Salí de la casa hasta mi negocio de cerámica, donde tenía a varios esclavos míos trabajando en encargos. Por suerte el negocio me va muy bien y puedo permitirme tener esclavos que trabajen para mí.

Después de revisar que todo estuviera bien y hacer las cuentas del negocio, fui al ágora a charlar un rato y como siempre estaban mis amigos allí. Nos enzarzamos en una conversación muy interesante.

Un poco más tarde me pasé por casa para comer rápidamente y después me pasé por la barbería de mi primo Adrastros, porque tenía el pelo algo largo y necesitaba un corte. Allí me pasé toda la tarde pues pasé la tarde charlando con él.

Casi a la hora de cenar volví a casa donde me esperaba mi esposa Ágatha quién preparaba, con ayuda de una esclava, el manjar de la noche. Cuando nos reunimos a cenar, mis hijos, Alexander y Calíope dejaron de juguetear y se acercaron saludándome alegremente.

Cené mucho ya que estaba muy hambriento y después de un día agotador me fui a dormir.

DORO.

 

 

 

Me levanté al amanecer junto a mi marido, me cambié de túnica, me aseé un poquito y preparé el desayuno junto a mi esclava Tabitha y mi hija Calíope (para que ella pudiera aprender). Todos desayunamos ligeramente y mi marido fue a sus negocios y mi hijo Alexander se fue al colegio.

Por el día no hice mucha cosa, ya que no suelo salir de casa. Enseñé a mi hija varias cosas sobre el cuidado del hogar y la cocina.


A la hora de comer nos reunimos todos de nuevo, pero poco después me volvieron a dejar sola con Tabitha. Nos pasamos la tarde conversando hasta la hora de cenar y preparé la cena.

Después de cenar nos fuimos a dormir para empezar el siguiente día con energía.

 

ÁGATHA.


LAS MANZANAS DE ARETHA

Sara Isabel Bautista Fuentes

 

 

 

MI PRIMER DÍA EN LA ATENAS DE PERICLES

 

Año 452 a.C.

 

Esta mañana, mi familia y yo regresábamos a la famosa Atenas bajo el liderazgo de Pericles.

Habíamos estado viviendo durante 8 años en una caseta no muy lejos de lo polis ática, porque mi padre Erimantis montó una escuela de jóvenes pintores justo al lado de nuestra casa para enseñar y mostrar el arte de la gran diosa Atenea y del espléndido Apolo. Pronto la escuela de mi padre ganó mucha fama entre los alrededores, y al pasar esos ocho años, mi padre decidió volver a la polis para ampliar más la escuela y contratar a maestros para que le ayudasen. Mi madre Doris y mi hermano se alegraron mucho por la decisión de mi padre, pero, yo no lo asimilé como ellos tres, ya que debía olvidarme de esos ocho años a los que me costó tanto acostumbrarme, y a los que ahora debía dejar correr, pero si era para que llevásemos una vida un poco mejor me parecía correcto.

Llegada a este momento, ahora mismo mientras escribo y pienso en mi casa de campo, me replanteo cómo llevaré mi vida de nuevo en Atenas. Vale, es verdad que añoro mi casa y que no puedo acostumbrarme en la que me encuentro, pero me siento como si hubiese nacido esta mañana porque todo me es nuevo. Desde que Pericles está al mando de esta polis se han construido muchas cosas como: una muralla con un perímetro de 36 estadios, unos muros largos que conectan Atenas con el mar, el Partenón, el Erecteion,

¡los Propileos y un templo dedicado a Atenea Nike… ah! Y hay más: el teatro de Dioniso y el odeón de Pericles en una ladera de la roca. ¡Vaya! ¡La Atenas que piso es asombrosa! Ya tengo más ganas de quedarme a vivir aquí.

 

 

MI QUINTO DÍA. UNA PIZCA DE MANZANAS

 

Mismo año.


Haber. Hoy he quedado con mi amiga Helena que conocí en el Ágora cuando mi madre me mandó a por pan y unas cuantas manzanas. Nos vamos a ver como siempre, en el Ágora después de ayudar a mi madre con las labores que tengo pendientes en casa. ¡Qué Ares me fuerzas!

 

Ya es de noche y estoy a punto de quedarme dormida como no deje de escribir. Antes de hacerlo hay una cosa que me molesta y que quiero escribir, ¿por qué yo no puedo ir a la escuela como lo hace mi hermano de 7 años? Si soy yo la hermana mayor. Si yo tengo 9 años. Que injusto. Con lo duro que es fregar todo el suelo de casa…. Puede que no se me permite ir a la escuela porque quizás se da el caso de que soy la más lista de toda la clase. (Risas)

Un dato más. Hay un chico que ayuda a su padre en el puesto de fruta donde voy todas las mañanas, y me mira de una forma diferente a como mira todos los demás que se encuentran el Ágora, ¿no será que…? No lo creo. Esta tarde me he acercado al puesto donde esta él porque quería merendar una manzana, y de repente me dice que puedo llevarme tantas manzanas como quisiera. Eso me ha resultado extraño porque apenas nos conocemos. Es muy callado, pero es muy guapo…. Puede que la próxima vez, me lleve varias manzanas, y a ver si mantenemos una conversación para conocernos mejor.

 

 

LA DESCUIDADA FLECHA DE EROS

 

Año 442 a.C.

 

Ya casi me había olvidado de este diario que hace unos 8 años empecé a escribir cuando me encontraba de nuevo en Atenas. Desde que dejé de escribir han ocurrido muchas cosas. Mi hermano Beleron y mi padre Erimantis ya trabajan juntos en el negocio de las artes, mi madre Doris cuida de una hija de una vecina, y yo me voy a casar con Ciniras pasados dos días. Es increíble cómo ha transcurrido mi vida y la de los demás a lo largo de unos 10 años. Cada paso que avanzábamos, mejor sería nuestro vivir. Ya tengo 19 años, y soy toda una mujer que sabe escribir y hacer correctamente las labores de casa.

Todavía me acuerdo de cómo Ciniras me pidió que fuese su novia, tenía entonces 15 años. Era un día en que el dios Apolo quiso brillar en el cielo como nunca antes había hecho, soleado y radiante, y en el que la diosa Venus quiso felicitarnos. En aquel


entonces, me encontraba yo en el templo de Atenea Nike (que conmemora la victoria sobre los persas en la Batalla de Salamina) para ofrecer a la diosa Atenea un peplo que había cosido durante muchos días, cuando se presentó Ciniras vestido con un precioso quitón azulado como el mar cercano, y de ofrenda traía consigo una cesta abundante de frutas, en la que traía una manzana pintada de dorado. En comparación con mi ofrenda, la suya era mucho mejor. Sin pensármelo le pregunté: “Cuál es el significado de la manzana dorada?”. Él me respondió: “La manzana es para ti y siempre la llevo conmigo, pero nunca encontraba el momento para dártela”. En la manzana dorada estaba inscrito “ ἀγάπη”. A partir de ese momento fuimos novios, y dentro de poco formaremos una familia. Lo curioso, es que ambos fuimos a dejar ofrendas en el templo de Atenea Nike y no al Partenón. Simplemente porque al ser más pequeño comparado con el Partenón, pues hay más intimidad y por eso prefiero ir a ese templo, aunque no es habitual hacerlo.

Le debo mi amor a la diosa Afrodita, sin el amor, yo no tendría una casa para mí ni un marido como Ciniras.

 

 

ÚLTIMO ESCRITO.

 

Un año después.

 

El final de cualquier libro, manuscrito, diario, poema, no se puede evitar y es que es evidente. Ahora ya casi que no tengo tiempo para escribir nada, y prefiero emplear mi tiempo en mis dos hijos y en mi marido, que es lo que me queda de familia en Atenas. Mi madre sufrió la enfermedad del costado hace más o menos un mes, y entonces mi padre se mudó a Megara porque había sido contratado como decorador para una casa de alta cuna. Sobre mi hermano no sé nada desde el funeral de mi madre, espero que les vaya bien a ambos. Las Parcas han querido que nos separemos durante un tiempo que me es desconocido, pero lo que venga, será bien recibido.

FIN – terminado en día de Zeus, año 442 a.C.


YENDO AL TEATRO

Rocío Navarro García

 

 

 

Todavía lo recuerdo como su fuera ayer, mi primera vez yendo a ver una obra

teatral.

 

Tendría alrededor de 15 años, cuando mi hermano Alcides, mi padre Critón, mi madre Ino y yo, nos dirigíamos al antiguo teatro de Tasos. No estaba muy lejos de casa, así que aprovechamos ese dulce paseo para ver los mercados que había a sus puertas.

Ese día representaban Antígona, la historia de una mujer guerrera que desafía a la ley para rendir los honores fúnebres a su hermano Polinices, considerado un traidor de la patria, (yo querría ser como ella, para mí mi hermano es una de las personas más importantes que tengo, y por mucho daño que hiciera a la patria, lucharía por él).

Habíamos llegado, estábamos a sus puertas. ¡Qué maravilla, qué majestuoso, qué esplendor de teatro! Estaba tan contenta que empecé a saltar y a apresurar a mi familia para que entráramos ya. Había tanta gente ahí que me eché las manos a la cabeza, estaba eufórica. Cogimos un buen sitio, ni muy adelante, ni muy detrás y pedimos a los vendedores algo de comida, por si luego teníamos hambre, pero yo no me esperé ni un segundo, estaba tan nerviosa que me lo comí todo en el momento.

La obra comenzó. Iniciaron a salir los protagonistas de la obra. Yo miré a mi madre y ella me sonrió, su mirada decía lo mucho que iba a disfrutar esa obra.

La obra finalizó al tiempo y yo no podía ni hablar, me había encantado, había sido asombrosa. Una representación muy completa: religión, familiar, política… se oyeron varios murmullos en ciertas partes de la obra, sobre todo al hablar de la patria y de cómo una mujer podría ser una heroína. Mi parte favorita fue cuando Antígona se dirige al campo de batalla de Tebas y empieza a verter arena sobre el cadáver de su hermano y hace el rito fúnebre, seguidamente unos guardias la capturan, pero lo más impresionante fue que ella se dejó capturar. Creonte se quedó sorprendido al ver que una mujer se atreviera a desobedecer. Ahí se ve el gran poder de una mujer ante un hombre.

Al salir del teatro, un actor se acercó a mi madre, ¡¡y resultó ser un vecino suyo de su niñez!! Estuvieron hablando un buen rato mientras mi padre, mi hermano y yo


paseamos por el mercado. Cuando mi madre terminó, regresamos a casa. Estábamos muy cansados y no tardamos mucho en irnos a dormir. Al día siguiente le conté todo a mi aula y ahora esto se lo cuento a mis hijos, este día lo recordaré siempre.

 

 

Dafne.


CUATRO MIRADAS DESDE LA ANTÍGONA

DE SÓFOCLES

Alfredo Alcahut Utiel

 

 

 

ISMENA

 

Mi nombre es Ismena, os lo repito, Ismena, sí, Ismena, la hermana de Antígona, esa de la que nunca se habla. Hija de un rey desterrado, hija de una mujer suicidada, hermana de dos varones que se dieron muerte en un duelo fratricida, hermana única de una mujer que se rebeló contra las leyes, sobrina de un soberano… Frente a ellos, solo soy una persona normal, que siente y piensa como la mayoría, que intenta llevar su vida de la forma más sencilla, evitando ser arrastrada por las torrenteras que manda el destino, una mujer que no quiere que su vida sea una perenne tragedia.

Como mujer, soy consciente del discreto papel que me reserva mi sociedad y mi tiempo. Lo asumo. ¿Qué puede hacer una mujer sola, por muy hija de rey que sea, sin armas, sin aliados, sin poder?

Mi hermana dijo que yo prefería vivir a morir, así es. ¿Es acaso un delito querer seguir con vida? Es verdad que en un momento de emoción extrema dije que quería compartir la suerte de mi hermana, y aun en ese momento me despreció.

No, no soy una heroína, ni lo fui jamás ni lo seré. Por eso me hice a un lado y me libré del torbellino de muerte y locura que arrastró a mi familia.

Seguramente me juzgaréis cobarde, pero alguien tenía que quedar para contarlo.

 

 

 

ANTÍGONA

 

Soy Antígona, una mujer, una persona con corazón y con pensamientos, aunque a algunos les cueste creerlo. Hija de un rey desterrado, hija de una mujer suicidada, hermana de dos varones que se dieron muerte en un duelo fratricida, hermana única de una mujer que se negó a cumplir los ritos funerarios hacia un hermano, sobrina de un tirano…

He actuado conforme me ha dictado mi conciencia y mi corazón, nada más.


Según cómo mi miréis soy una rebelde o una loca, una delincuente o una buena hermana, una mujer obligada por las leyes de los dioses o una transgresora de las leyes humanas, una mujer orgullosa de amar, o trastornada por amor. Pero yo no me muevo de lo que soy y de lo que siento. Sois vosotros los que habréis cambiado de sitio.

Yo nací para compartir el amor, no para compartir el odio.

 

Quien sepa lo que es tener el cadáver de un familiar tirado al borde de una cuneta, sin un entierro digno, sabe de lo que estoy hablando.

 

 

HEMÓN

 

Soy joven, buen hijo, buen ciudadano y un hombre enamorado.

 

Aunque soy joven, reflexiono sobre lo que ocurre a mi alrededor y no creo que mi opinión haya de ser despreciada por el mero hecho de tener pocos años.

Como buen hijo, obedezco a cuanto dicen mi padre y mi madre, pero no hasta el punto de aceptar lo que es manifiestamente injusto.

Como buen ciudadano, acato y cumplo las leyes. Pero soy consciente de que, si el cumplimiento de una ley lleva a un extremo que ocasione dolores irreparables, también las leyes se pueden cambiar.

Hombre enamorado soy, y estoy preocupado por la mujer a la que amo, Antígona, pero no hasta el punto de actuar de forma loca e irreflexiva.

Pero como joven enamorado, tengo el corazón valiente, presto a actuar. Si me ponen al límite, soy capaz de hacer lo que sea por evitar una injusticia manifiesta, soy capaz de morir y matar, que quede bien claro.

No creo que sea el único que ve nefasto el que haya un dictador que tenga todo el poder y que actúe mirando solo por él, sin admitir consejos.

 

 

CREONTE

 

Soy el soberano de esta ciudad, Tebas, mi patria y la tierra de mis ancestros, desde el fundador Cadmo. He luchado, he sufrido, me he sacrificado por esta ciudad hasta un


extremo al que ningún mortal hubiera llegado. Ahora, por culpa del destino y de los errores de otros, tengo todo el poder, todo el poder.

Me llamarán tirano, lo sé, pero ¿dónde estaban los que me criticaban cuando la ciudad se vio sin rey, se encontró atacada por una epidemia, amenazada por un monstruo, asediada por los enemigos y expuesta a una guerra entre hermanos?

La situación no está para bromas: una ciudad al borde de una contienda civil. No es momento de vacilar, sino de aplicar las leyes. Dura lex, sed lex: Dura es la ley, pero es la ley. Y quien se oponga a mis órdenes se opone a la ley y se opone a la patria. Esto es para todos, y no exceptuaré ni exculparé ni siquiera a nadie de mi familia.

Por ello, nadie me puede acusar de actuar en beneficio personal: si alguien de mi familia actúa contra la ley, actuaré. Predicaré con el ejemplo. No me temblará el pulso. Soy el señor del país, pero también esclavo de las leyes. No tengo libertad para actuar ni ningún otro la tiene.


CARTA DE AMOR

Enrique Fuentes Ballesteros

 

 

 

¡Oh mi amada Artemisia!, te escribo esta carta, esta vez desde Samos, pues nuestro general nos mandó defender Atenas de los ataques de la Liga del Peloponeso, quizás mañana nos dirijamos hacia las costas espartanas para atacar a los enemigos y espero mandarte otra carta desde donde pueda y cuando pueda, espero no perecer sin haber visto tu rostro una vez más.

Hace un mes nos llegó un mensajero desde las costas de Caristo afirmando que una de las naves que transportaba material bélico, incluido miembros de la Liga de Delos, ha naufragado debido a una tempestad que ha partido el casco del barco dejando media centena de muertos. Tengo miedo, pues sin duda Poseidón y su ira están detrás de todo esto, quizás mi barco acabe en esa situación.

Cambiando de tema, que en Eretria ha habido más ataques, si no recuerdo mal, la última vez que la atacaron fue hace dos meses. No tengo noticias tuyas desde hace seis meses y espero que recibas esta carta, si es así es que sigues viva y que las Parcas no han cortado el hilo de tu vida, si fuese así me conformaría con saber que me quisiste.

Todos los días rezo por ti a Higía para darme razón por la que existir sin estar a tu lado, y lo seguiré haciendo hasta el último suspiro de mi vida.

 

 

Herakleitos primer año de la 88ª Olimpiada1.

 

 

 

 

1.  423 a. C.


MALA MEMORIA

Alfredo Alcahut Utiel

 

A Andrea y Vanesa, compañeras de este viaje

 

 

 

Se levantó sudoroso, con mal sabor de boca, inquieto y turbado. Seca la garganta y una profunda desazón en el corazón, más cercana a un pesar que al dolor, esto es lo que llevaba sintiendo, semana tan semana, Ificles de Heraclea del Ponto, ciudadano.

Todo empezó tras su regreso de Atenas. Allí había pasado un tiempo, asistiendo a asambleas y conferencias de reputados sofistas, contemplando las maravillas de la ciudad y, sobre todo, conversando y aprendiendo de Sócrates, al que consideraba sin duda su maestro. Un hombre que dejaba huella.

A Ificles le había maravillado la seguridad de sus convicciones, la fijeza de su mirada, su temple, su aguante y, de modo especial, la impresión de mostrar una gran dignidad en toda circunstancia.

De modo particular se sintió afectado en los días del juicio. El hecho de que un hombre absolutamente obsesionado con buscar el bien y rechazar la injusticia fuera ahora el acusado, le parecía una burla enloquecida, el mundo puesto al revés. No lo llegó a comprender. Ni él ni muchos, para los que la reputación de Atenas y de su loado régimen cayó en picado.

Vivió con suma angustia y preocupación todos los días que precedieron y siguieron al proceso de Sócrates. Vivieron la espera del regreso del barco enviado a Delos y aguardaron con falsa esperanza el milagro de no sabían muy bien qué. Todos estaban expectantes. Deseaban la liberación de Sócrates, pero en su corazón sabían que esto no podría tener lugar de un modo legal. La decisión del maestro de acatar las leyes de una ciudad que tan injustamente se había portado con él llenó a todos sus discípulos de una mezcla de pesar, orgullo y desesperación muy difícil de explicar.

Estos amargos hechos se habían posado en su mente, corazón y vida, en cada gota de su bilis y de su sangre, en el interior de la médula de sus huesos


Salió a la calle como cada día, con la intención de ir al ágora. No tardó en percibir una rara inquietud en los madrugadores rostros de los ciudadanos que aquí y allá se reunían. Pensó en preguntar al primero que viera, pero luego prefirió no darle importancia. Hasta que, tras saludar a un conocido que pasaba cerca, este se volvió, lo miró fijamente y le espetó.

-Ificles, ¿no estuviste en Atenas? ¿No llegaste a ser alumno de Sócrates?

 

Ificles se quedó perplejo, desnudo en su intimidad, como sintiendo que su conciudadano había podido leer dentro de sus recónditas preocupaciones.

-Sí, estuve en Atenas, y me considero discípulo de Sócrates. Lo tengo a mayor gloria pues lo considero el mejor de los hombres.

- ¿Conociste acaso a Anito, uno de sus acusadores?

 

Le vino a la mente en este momento el rostro de ojos vivos y la sonrisa burlona de un hombre odiado y envidioso, que había sido uno de los más acérrimos enemigos de Sócrates, uno de los denunciantes, como Meleto y Licón. También había oído hablar de los problemas que había tenido tras la injusta muerte de Sócrates. Después de que el filósofo bebiera la cicuta, la muchedumbre se había vuelto contra sus acusadores y Anito había sido obligado a huir de Atenas. Heraclea era una ciudad muy vinculada a Atenas, por lo que muchos ciudadanos habían sentido como propia la ignominia de la muerte de este gran hombre.

-Desgraciadamente sí, lo conocí, Ojalá nunca hubiera sabido de él.

 

-Pues has de saber que está en Heraclea.

 

Si se hubiera caído en un lago de agua helada no hubiera sentido mayor frío que el que notó en este momento.

- ¿Dónde… dónde dices que está?

 

-En el puerto.

 

No necesitó saber más. Instantes después bajaba en dirección a los muelles. El frescor salobre del mar le daba ya en el rostro, cuando por primera vez se dio cuenta de que no estaba solo. Varios, numerosos ciudadanos compartían con él la bajada hacia la costa. Y no eran precisamente mercaderes, marinos ni pescadores, sino varios vecinos,


conocidos los más de ellos por Ificles por haber conversado con él muchas veces en el ágora heraclense.

No le fue difícil hallar al intruso. No lejos de la nave ateniense que lo había traído había un amplio corro de personas en movimiento. Aquí y allá, como paseando al azar, pero en realidad dando vueltas en torno a un hombre recién desembarcado...

Mal disimulaban su interés por Anito, que se mostraba altivo, vanamente seguro e incluso con una extraña sonrisa de suficiencia. Un esclavo caminaba detrás lentamente, cargado con pesados fardos. Ificles se sumó al cortejo sin darse cuenta, y enfrentó su mirada con la del recién llegado.

De pronto Anito lo vio y lo conoció. Entonces se derrumbó toda su máscara. Su sonrisa de suficiencia dio paso al miedo y a la preocupación.

Todos lo notaron. Como una manada de lobos que percibiera que una oveja está sola, sin perro ni pastor, así todos comenzaron a cercar a Anito. El odio fraguado en semanas de rumores y conversaciones afloró de golpe. Odio en las miradas, odio en los gestos, odio hasta en la respiración.

Ificles no vio de dónde salió la primera piedra, pero al poco tiempo una persona con el rostro ensangrentado, irreconocible, yacía en el suelo.

Ificles caminaba mecánicamente hacia el interior de la ciudad, como si fuera ciego. En un cruce de calles uno de los que estaban en el puerto se dirigió a él.

- ¿No sabes que han encontrado muerto a Anito, el acusador de Sócrates? Dicen que han sido unos ladrones…

La sonrisa sardónica que se dibujaba en el rostro de su interlocutor le provocó a Ificles una náusea tan desagradable que marchó presto a su casa, de donde ya no salió en todo el día. Sabía que, de alguna forma, Sócrates había sido vengado. También sabía que a nadie le pedirían cuentas por el cadáver de un extranjero hallado en el puerto. Con ese pensamiento llegó hasta la noche y se quedó dormido.

La mañana siguiente nuevamente se levantó bañado en sudor, con una sensación de amargura en la boca, lleno de confusa desazón. Otra vez sentía reseca la garganta y opresión en su pecho. Otra vez. Pero por vez primera en mucho tiempo el objeto de su pesadilla no había sido Sócrates.


Todos los días del resto de su vida soñó con la muerte de otra persona, con la muerte de Anito de Atenas.


ÉPOCA HELENÍSTICA

 

 


VENDRÁ LA MUERTE

en la piel, ya reseca, desgastada, de ARISTÓTELES

Pedro Gómez Sánchez

 

 

 

Ahora que ya no hay salud y sucederá lo inevitable, habiendo ya dispuesto lo necesario para los vivos, queda rendir cuentas con los muertos. Y si Antípatro, el fiel Antípatro, queda encargado de lo primero; contigo, Alejandro, debo cumplir lo segundo.

No para hablar con los muertos - dejaremos a otros, si es su deseo, ese malhadado empeño-, sino para que alguien, que ya vive en el ayer y en compañía de sombras, una vez aclarado el futuro de los que se quedan, se enfrente con el pasado. Porque saldar cuentas contigo es ajustarlas conmigo mismo; como muertos sepultando a muertos.

Los primeros signos de una renaciente Perséfone se anuncian con el sol del mediodía y la ahora suave y ligera brisa que viene del Egeo. Va quedando atrás el invierno, de vientos húmedos del norte, maltratador de viejos huesos, ya frágiles y desgastados por la herrumbre de los años.

Las fatigas se acumulan y dejan poco espacio al descanso, que siempre es alterado, inquieto. El cuerpo, cada vez más presente, levanta su voz en cada momento con malestares, punzantes en ocasiones, sordos en otras, pero continuos, incesantes; achaques que se sostienen, y dejan la mente siempre fatigada, espesa, agotada. Nunca llega la vejez en buen tiempo, en buena ocasión.

Y ahora, este malestar del estómago, continuado, casi permanente, como si de una pesada digestión, interminable, se tratara. Pero no son enfermedades y padecimientos que se incorporen, se añadan; no hay ya más enfermedad que la propia vejez.

Con qué facilidad nos volvemos quejumbrosos en estas horas postreras, y qué vano y falaz alivio hallamos en esos gemidos resentidos; qué dificultades para restablecer el humor, siquiera un instante; para poder gozar de la risa y la alegría aun pasajeras, ante


la constatación de lo huidizas y poco duraderas que vendrán a ser. Porque no hay triunfo de la vejez; de ella no se sale.

Y de poco valen componendas y artificios, que no son más que resguardos inútiles de alivios quiméricos…. Desembarazarnos del cuerpo, pedía el que fuera mi maestro, ese creador de mundos imposibles, negador de la realidad; como si eso fuese posible, cuando ya casi solo somos eso, cuerpo, materia desgastada y doliente. Qué empeño puso él, Aristocles, el sabio entre los sabios, en ese vano cuidado, que no era, en el fondo, más que una artimaña para esconder lo real cuando ésta, la realidad, asusta; hasta vició a la misma filosofía, la que decía, y debía, defender, haciéndola, reduciéndola a ser un preparatorio de la muerte. No podemos saber hoy hasta dónde llegará este extravío, ni cuál el siguiente ensueño; quién sabe, quizás otros llegarán hasta proclamar el desprecio de la muerte, por mor de ocultar ese desgarro de una conciencia que se sabe, íntima, certeramente, próxima a la oscuridad, a la nada, y que sin embargo no soporta tan feroz verdad y no sabe resistirse al influjo de lo imaginario, que supone más sedante. Con qué errada habilidad nos volvemos niños, de fácil engaño, en estas horas casi póstumas.

Pero con él, con, el llamado, Platón, ya ajusté cuentas, ya lo dejé atrás. Me disperso, pierdo el hilo; otro estrago.

Entre tantas fatigas y debilidades, sin embargo, en algunos momentos encuentro, como un breve soplo, esa quietud del cuerpo que permite el sosiego del espíritu, en esta Calcis materna que me ha servido de refugio.

Ser viejo, sí, es saber dónde están los refugios, pero al mismo tiempo, reconocerlos como inútiles, inservibles. Aunque, en este caso, las arenas y el sol de la Eubea familiar me han acogido y protegido, pero solo de lo que puede ser amparado. No del deterioro y el desfallecimiento pero sí de la furia de los hombres.

Porque Atenas, otra vez y de nuevo, ha caído en una ira insensata, un furor descontrolado, otro violento arrebato desquiciado. Las gentes, sin juicio, irreflexivas pero culpables de su ignorancia, se han visto arrastradas, como títeres, en un afán denigrante, volcando una cólera estimulada, provocada, contra quienes veían más indefensos -y en su aturdido entendimiento representaban a los poderosos contra los que nada se atrevían-, para saciar sus mezquinas frustraciones cotidianas y enaltecer a sus inspiradores. Sobre todo a aquel que ni nombrar quiero, hábil maestro de palabras engañosas pero bien


trabadas, de las que inflaman los ánimos, hasta volverlos incontrolables; y al que confío le esté reservado como justo castigo recibir esas mismas iras provocadas. De justicia sería que los sembradores de vientos fueran los que padecieran las tempestades provocadas; pero no suele ocurrir así sino bien al contrario.

Si Atenas, la sublime Atenas, la que nunca ya volveré a ver; la Atenas de Solón, la de Fidias y Praxíteles, de Sófocles y Tucídides, aquella que observé como la encarnación, la perfección misma de lo humano, es capaz de llegar a un extremo tan delirante y perturbado, no habrá final ni colmo para la barbarie. Errado estaba al no advertir el bárbaro que se esconde en todo griego, en todo humano, y que resulta, a todas luces y me temo, inextirpable; o quizás también que en todo lo excelso y sublime se encubre la barbarie misma. El otrora rodeado de gloria, que también padeció ese arrebato furibundo, incendiario y vicario de su propio pueblo, ya lo reconoció sin ser capaz, aún con su poder y gloria, de ponerle freno.

Hay días, en que despierto, nunca del todo, de un sueño, que nunca es completo, y en esos momentos intermedios, cuando aún no se han disipado las sombras del sueño y no ha llegado la primera luz de la vigilia, como si de destellos se tratara, se me aparecen terribles imágenes de la insensata ira de los hombres. Ni esa esperanza en el porvenir puedo dejar.

Vuelvo a hacerlo; me pierdo en digresiones; poco remedio queda ya; ninguna enmienda da la vejez para corregirlo. Dije dirigirme a los muertos y es a lo que me debo.

Eso es lo que tú, Alejandro, te ahorraste, la ruina que es la vejez con tu temprana muerte. Se cumplió el orden natural con tus padres, pero no con tu maestro; y no es bueno tampoco que el maestro perviva a sus pupilos, porque hará surgir la tentación de achacar a aquél los vicios de estos, como ha ocurrido contigo y conmigo.

Viviste, así lo quisiste, rápido, demasiado apresurado, como si intuyeras tu prematuro final; extendiste el mundo conocido hasta rincones ignotos para los cuales aún no teníamos nombre; nos obligaste a acuñar palabras con los que nombrar todo lo nuevo; nos desbordaste con tu avidez desmesurada, sin freno ni límite.

Poco caso hiciste de las enseñanzas de los sabios del jardín o del pórtico, menos aún de las de tu maestro; pero tampoco de la lección de sencillez que te dio, según contaron, ese Sócrates loco que se hacía pasar por perro.


Y pensar,- no puedo evitarlo- que quizás lo peor fue lo que sí seguiste; de mis pocas influencias, de las escasas que prendieron en tu inexperto y ya impetuoso espíritu en aquellos días macedonios, tan lejanos hoy que parecen de otra vida, otro mundo, al ponerte en contacto con las obras de los poetas, a pesar de haberte advertido de la ficción que encierra siempre su arte, y no haber acertado yo mismo en reparar en la inutilidad de la advertencia.

Observar, con cierto gozo, impulsar incluso, tu lectura concentrada en el divino ciego, haber puesto a tu disposición la obra misma. Ver, y peor aún, hacer crecer en tus sueños juveniles esa desatinada emulación que llegó hasta creerte el nuevo Aquiles. Lo percibí con claridad cuando, en las pocas y tardías noticias que nos llegaban de ti y tus victorias, saliendo de la Hélade – otro consejo desoído, otra enseñanza desatendida- buscaste los restos de Troya y oraste en la que supusiste tumba del aqueo.

Te devoró la desmesura, pero también el orgullo, la hybris; eso que, una vez más, los poetas dan a malentender como una ofuscación mandada por los inventados dioses, cuando no es más que el fondo humano mismo, algo demasiado humano. Y no la saciaste con una vida de conquistas, de victorias sin número ni medida. Y ni siquiera te sirvió el antídoto mismo a esa vanidad vacía, a ese sueño delirante y funesto, que proporcionaba el mismo poeta, en el mayor reconocimiento de lo humano en su obra; dejaste pasar, imprudentemente, la advertencia del bardo cuando desvelando la ficción del héroe que él mismo había creado hace aparecer al hombre, reconociendo la futilidad de reinar entre los muertos, la esterilidad de la gloria para llenar una vida. ¿Fue eso mismo lo que descubriste en tus últimos momentos, el envanecimiento inútil, o más y peor aún, la banalidad de la gloria, su insignificancia final? Si fue así, o si no lo fue, quede como parco pago por la destrucción inmensa que ocasionaste en lo glorioso que construiste.

No creas que te lo reprocho, o no más que eso mismo lo que me recrimino a mí mismo. De poco vale ya una y otra cosa cuando no espero reencuentro ni más vida fuera de esta vida.

El único encuentro que me resta, que me cabe esperar, es con Pythia, ahora que ya de ella apenas me queda el recuerdo de su sonrisa ligera, cautivadora; lo demás se ha ido desdibujando con los años y las debilidades de la mente. Diligente como siempre, y buena capataz, ya dejó dispuesto unir nuestros huesos en mi sepulcro, ese que ya espera, que reclama a su inquilino.


Nada debo, nada debe pagarse a Asclepio; no se sacrifique gallo alguno; no espero ni quiero isla de bienaventurados, Hespérides alguna, ni Hades tampoco. Ninguna deuda dejo, más que, quizás, a este mar que ahora baña mis pies, y con su frescura los calma momentáneamente de su cansancio. Quede el mar detrás de mí, después de mí; y más allá de este, nada, polvo, sombra; solo tierra. Y olvido.

Y si por algún azar o ventura alguien nos rescatara por un instante de ese olvido perpetuo solo pido, si me es concedido pedir, que sea un espíritu joven, nuevo, que no se deje arrastrar y sea capaz de ver por debajo de tanta furia y ruido.

Venga, entonces, ya la muerte.


CONQUISTAS DE ALEJANDRO MAGNO

Nerea Peñaranda Mora

 

 

 

Os voy a leer una carta que me encontré por el territorio de Alejandro el Grande, también conocido como Alejandro Magno, supongo que es de él porque está escrita en primera persona y habla de cómo fue su conquista.

En el primer año de la centésimo undécima olimpiada1, con solo veinte años de edad, yo, el hijo de Filipo II, fui proclamado rey de Macedonia como Alejandro III, siendo reconocido como el gobernante de toda la Hélade tras mi aplastante victoria sobre Tebas dos años más tarde.

Durante mi breve reinado, en el que solo llevo trece años, realicé la conquista más rápida y espectacular de toda la Antigüedad. Mi pequeño reino, mi patria, Macedonia, antaño despreciada por todos, ahora en alianza con algunas polis griegas, se convirtió inesperadamente en el imperio más grande de la época, tras sojuzgar al imperio persa del gran rey Darío III. Este soberano de la dinastía aqueménida fue derrotado por en cuatro años, tras tres difíciles batallas: en el río Gránico, en Issos y en la llanura de Gaugamela.

Durante los cuatro años siguientes me dediqué a la lenta y difícil conquista de las satrapías de Asia Central, además de asegurar, en el undécimo año de mi reinado, la dominación macedónica en el valle del río Indo. En ese momento, presionado por mis agotadas tropas, tuve que renunciar a proseguir con mi epopeya, regresando a lo que se había convertido en el núcleo de mi imperio, Mesopotamia.

Ahora mismo min amplios dominios se extienden desde el Danubio al Indo y desde Egipto hasta el Sir Daria.

Y tengo planes para seguir. Occidente me espera. El mayor reino de la historia.

Algo nunca visto.

 

Con el fin de asegurar mi poder en todo el territorio, estoy tratando de asociar la clase dirigente del antiguo imperio aqueménida a la estructura administrativa de Macedonia. Así conseguiré crear una monarquía que pueda asumir, a la vez, la herencia macedónica y griega y, por otro, la herencia persa y, en términos generales, la asiática.


La carta está sin terminar porque el papiro está deteriorado. Yo creo que la muerte inesperada del rey, víctima probablemente de la malaria a la edad de 32 años, puso fin a esta tentativa original, que fue muy criticada por el entorno macedónico del soberano. Me parece impresionante poder ver el pensamiento de ese rey.

¡Qué suerte y qué alegría ha sido el haber encontrado esta carta!

 

1.       Año 336 a. C.


CARTA DESDE ATENAS

Ramón Sáez García

 

 

 

Anaximandro, te saluda tu amigo Apolodoro.

 

¿Cómo estás? Si tú estás bien, yo también lo estoy.

 

A Atenas llegué tres meses antes del periodo de la cosecha. El viaje desde la Bactria ha sido sorprendentemente tranquilo.

Respecto a la vida en la polis, que fue madre de Platón, fácilmente me he adaptado a su ritmo de vida. Aunque vivo con algo de temor debido a la pérdida de poder macedónico sobre la Hélade, además de la amenazante Roma en Épiro.

Pero como antes decía, aquí la vida es sencilla y el clima es muy diferente pero una vez que te acostumbras se hace muy agradable.

Sobre mi día a día puedo decir que me levanto conforme los primeros rayos de luz que el carro de Helio trae consigo entran por las ranuras de la ventana. Antes de salir a la ciudad tomo un ligero desayuno, capa en mano. Realizo un paseo hacia El Pireo, donde puedo observar desde las pequeñas naves de los pescadores locales hasta los tetréres de los emisarios romanos.

Al llegar el medio día, una vez ya en la urbe de Atenea, tomo un bocado con algunos de los mis compañeros de la Academia, donde luego imparto clases de astronomía. Una vez acabo, si dispongo de tiempo me dirijo hacia la Acrópolis, de no ser así me basta con una visita al templo de Hefesto seguida de un paseo por el Ágora. Cuando Helio ha realizado ya su trayecto y Selene trae consigo el manto estelado de la noche, ya he terminado de cenar y me dispongo a dormir.

Esta vida tan monótona viene acompañada de algunos eventos como algún simposio con mis compañeros de trabajo o ver alguna de las representaciones de comedia o tragedia que se realizan. Y como no, acudir a todas y cada una de las fiestas principales que la polis realiza, siendo mis preferidas, de momento las Panateneas, aunque deseo con ganas que lleguen las Dionisias rurales.


Para la próxima vez que tenga algo más de tiempo daré una vuelta a extramuros para poder acercarme a los campos de cultivo de vid que tantos recuerdos me traen de nuestro hogar. Estoy deseando que me visites pronto y enseñarte este fantástico lugar.

Adiós, espero que nos veamos pronto.